A que no me ves

El otro día vi a un grupo de niños jugando al escondite. Uno de ellos comenzó a contar hasta diez mientras el resto corrían a ocultarse. Todos menos uno, el más pequeño, que se quedó quieto, de pie, tapándose los ojos con las palmas de sus manos. Estaba convencido de que si él no era capaz de ver, los demás tampoco podrían verle.
Esta escena provocó más de una sonrisa.
Pero a mí me hizo pensar que, la mayoría de las veces, los adultos seguimos utilizando la misma técnica. Creemos que aquello que vemos es lo que los demás ven y que lo que se oculta a nuestros ojos también permanece oculto a los ojos de los demás.
Cada uno de nosotros percibimos “nuestra realidad”, pero no la “realidad universal”. Tener presente este pequeño detalle nos haría ser mucho más tolerantes y comprensivos en la mayoría de las situaciones de nuestra vida.
Ese pequeño niño me proporcionó una gran lección de humildad.

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