Vivimos en un mundo completamente relacionado en el que ya no tiene cabida el individualismo. Incluso en un deporte aparentemente individual como es el de la Fórmula 1, no puede haber una victoria sin que exista detrás un excelente trabajo en equipo.
Uno de los aspectos más importantes del trabajo en equipo es que cada uno de sus miembros tenga claramente definido su rol y lo acepte. De esta manera, todos trabajan coordinadamente para el logro de un objetivo común.
Es fundamental que cada miembro del equipo sea consciente de su rol, se dé cuenta de su aportación al equipo desde ese rol y ésta sea reconocida y valorada por los demás. Perder unos segundos al colocar una rueda en el pit stop puede hacer que se pierda una carrera, mientras que ganar unas décimas puede suponer una gran diferencia. Fernando Alonso, tras conseguir el segundo puesto en una de las últimas jornadas del Gran Premio de España de Fórmula 1, utilizaba en la rueda de prensa expresiones como “para nosotros ha sido un fin de semana muy bueno” o “la victoria estuvo muy cerca porque estuvimos junto a Maldonado…” Cuando Alonso pilota su coche, todo su equipo va con él. ¿Cuántos de nuestros directivos tienen esto tan claro?
Parece obvio y, sin embargo, en nuestras organizaciones encontramos casi a diario tensiones provocadas por una mala definición de roles y de tareas, e incluso una mala definición de ese objetivo común. A menudo nos encontramos con departamentos con sus propios objetivos individuales en los que no se duda en utilizar el “todo vale” para lograrlos, perdiendo totalmente de vista cómo afectan estos objetivos al resto de departamentos y a la globalidad de la empresa. Esta “miopía empresarial” se agudiza en momentos de crisis, en los que parece que ser el primero en coger el flotador es más importante que ayudar a que no se hunda el barco.