Dos largos más

Hace varios días decidí que era el momento de ponerse en forma. No es que anhelara un cuerpo 10 con la llegada del verano. Había estado pensando acerca de cómo estaba viviendo los últimos meses, con una cierta apatía. Había observado cómo la medicación que estoy tomando para controlar mi reciente enfermedad, me había hecho ganar algunos kilos de más y eso no me hacía sentir bien.
Recordé algo que había leído acerca de que cada uno puede crear su propia realidad, y pensé que podía seguir lamentándome acerca de la que estaba viviendo o podía ponerme en acción para construir la que yo quería realmente vivir.
Y entonces, aprovechando los calores veraniegos, me lancé a la piscina. Mi objetivo el primer día: diez largos. Y cada día, dos largos más. Alcanzar la primera meta resultó agotador, pero lo logré. Y allí estaba yo, cada nueva mañana, dispuesta a marcar con una “x” la casilla de “conseguido”.
Siempre me ha gustado nadar mientras pienso, en silencio. Pero en la quinta jornada de esta nueva andadura, no sé si por obra del cansancio o porque no conseguía centrarme en mis pensamientos con el ruido que había a mi alrededor, decidí probar algo nuevo y dejé de pensar. Vacié mi mente de todo pensamiento, excepto del conteo automático de los largos, y me dispuse a escuchar. De repente, el barullo ininteligible se convirtió en las distintas voces claramente definidas de los niños que jugaban en el agua, oí un avión que pasaba, el sonido de los pájaros, las hojas movidas por el viento, el sonido del agua, mi propia respiración,… y disfruté tanto con ello, que sentí que podría estar así nadando para siempre.
Pero sólo hice dos largos más. Nunca más y nunca menos.

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