El rígido mundo de la razón

Era su primer día de trabajo después de unas merecidas vacaciones. Desayunó rápido, sin apenas saborear la tostada con mantequilla y el café, y se dirigió con desgana hacia su lugar de trabajo. No se sentía bien, le dolía la cabeza y estuvo tentada de volverse a casa y acostarse de nuevo. Posiblemente habría pillado la gripe…maldito aire acondicionado del coche! Pero si lo apagaba hacía calor, un calor insoportable. Y para colmo, el atasco. Ya no se acordaba de aquellos atascos, del ruido y la contaminación. Bienvenida a la realidad!
 
Consiguió aparcar después de dar varias vueltas a la manzana y se dirigió casi arrastrando los pies hacia la puerta de su oficina, mirada al suelo, hombros caídos y espalda ligeramente encorvada. Al pulsar el botón del ascensor comenzó a notarse peor, posiblemente ya tenía fiebre. Volvió a repasar mentalmente su agenda: a las 9 y ¼ reunión con….aquel estúpido engreído.
Con sólo verle se le aceleró el corazón. ¿Qué cómo me han ido las vacaciones? Bien, gracias (seguro que quiere contarme las suyas para presumir….lo sabía!)
Sin darnos cuenta, nos movemos en el rígido mundo de la razón. Cuando alguien nos ha hecho algo que calificamos como ofensivo, algo que nos duele o nos molesta, comenzamos a experimentar sentimientos negativos hacia esa persona. El odio, la ira, el desprecio,…, se manifiestan en nuestro cuerpo a través de la rigidez de nuestros músculos, el aumento de la tensión arterial y la sudoración.
Estas sensaciones se procesan en nuestro cerebro asociadas a la imagen de dicha persona, de manera que al volver a verla, el torrente de sensaciones vuelve a repetirse aunque el incidente que en un principio las provocara no vuelva a producirse nunca más. Nuestro cerebro busca razones que justifiquen nuestros pensamientos, que a su vez alimenten las sensaciones asociadas a la imagen de esa persona.
Esta rigidez lógica no deja espacio para nuevos pensamientos, para nuevos sentimientos. Nuestro cerebro se siente cómodo realizando una y otra vez el mismo recorrido. Y sin embargo, no nos sentimos bien. Poco a poco nos vamos autolimitando al permitir  que la lógica alimente con razones nuestro odio y nos llegue a afectar incluso físicamente. Entonces ¿por qué no dejar espacio para una nueva interpretación?
Si sólo pudiéramos mirar a esa persona no como “el estúpido engreído” de siempre sino como alguien igual a nosotros, con sus defectos y sus virtudes, e intentáramos enfocarnos en descubrir las evidencias lógicas de estas últimas, notaríamos cómo nuestro pulso bajaría su ritmo, nuestros músculos comenzarían a relajarse, y los sentimientos de odio y rabia darían paso a los de curiosidad y comprensión.
Un pequeño cambio en nuestro ángulo de visión habría cambiado considerablemente nuestra historia.

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