A menudo, cuando en mis talleres hablo acerca de las competencias o habilidades del coach, algunos de los asistentes suelen decir algo como: “Uy, pero tener en cuenta todo eso es muy difícil”. Y mi reflexión es: “Si es difícil quiere decir que es posible. La pregunta es: ¿cuánto estás dispuesto a emplear para conseguirlo? Tú puedes lograrlo. No me digas que no puedes hacerlo, simplemente di que no lo harás.”
Cualquiera de los movimientos, de las acciones que realizamos cada día, si las analizamos detenidamente, son realmente complejas. Tomemos por ejemplo una simple conversación en un bar. En ese momento, no sólo estamos pendientes de lo que nos dicen o de lo que queremos decir sino que además estamos escuchando la música de fondo, estamos pendientes de cuándo se acerca el camarero para poder pedirle algo, observamos a las personas que hay a nuestro alrededor, y además somos capaces de respirar, movernos y hablar sin apenas darnos cuenta. Si además pudiéramos observar cada uno de estos simples movimientos por separado, veríamos la cantidad de reacciones físicas y químicas se producen en nuestro cuerpo para cada una de ellas…y todo esto sin un esfuerzo consciente de nuestra parte. La razón es que, a través del entrenamiento, hemos conseguido automatizar actos tan complejos como el de caminar o hablar. ¿Recordáis los primeros pasos o las primeras palabras de un bebé? Los bebés podrían decirnos algo como “¿Hablar? Eso es muy difícil”. Lo que les hace hablar es que tienen curiosidad, ganas de aprender, y están dispuestos a emplear tiempo y esfuerzo en conseguirlo.
En ocasiones he escuchado la frase “Busca tu niño interior”. No sé si se referirá a esto. Lo que sí sé es que para mí el coaching ha dejado de ser una metodología para convertirse en una forma de ver la vida. Ser coach no me convierte en alguien especial, tan sólo en alguien más consciente de mis fortalezas y de mis debilidades, y más responsable acerca de qué hacer con ellas y cómo. Por ello, cada día sigo entrenando.