Hasta hace poco, la mayoría de las empresas se limitaban a recurrir al coaching como «último recurso» antes de prescindir de un directivo que, de acuerdo con las evaluaciones internas, necesitaba mejorar en alguna de sus competencias.
Por suerte, poco a poco el coaching ha ido adquiriendo en el ámbito empresarial su verdadera función de desarrollar las habilidades y capacidades de los trabajadores, principalmente de los directivos, como parte de su crecimiento personal y profesional. El que habitualmente sean ellos y no otros los que se benefician de esta herramienta se trata simplemente de un asunto económico.
El coaching sería fabuloso para todos los trabajadores de la empresa e incluso cada vez más se organizan procesos de coaching grupales que incluyen a un mayor número de ellos. Pero puestos a rentabilizar la inversión, parece lógico pensar que aquellas personas que dirigen equipos no sólo se desarrollarán a través del coaching sino que esta mejora redundará en la mejora de todo su equipo. Y así es.
Hace algún tiempo asistí a una mesa redonda en la que sorprendentemente participaban el director de Recursos Humanos de una gran empresa farmacéutica y la coordinadora de TIC de un colegio de Madrid. Y digo sorprendentemente porque al menos de inicio parece que escuela y empresa no andan muy de la mano.
El director de Recursos Humanos explicó cómo cada día se tienen más en cuenta las capacidades y competencias personales a la hora de seleccionar personas para determinados puestos directivos. La comunicación, la gestión emocional, la automotivación, la resiliencia, el adecuado establecimiento de objetivos, saber gestionar la frustración, la flexibilidad de pensamiento, la adaptación al cambio, entre otras, son cualidades muy valoradas en el ámbito empresarial que, sin embargo, no tienen que ver con el currículum académico sino más bien con el experiencial. Pero el simple paso de los años no siempre implica un desarrollo de estas capacidades. Es necesario algo más.
Los departamentos de Recursos Humanos han encontrado en los procesos de coaching la herramienta perfecta para favorecer este desarrollo personal. Por ello, son cada vez más las empresas que optan por invertir en el potencial de sus directivos a través del coaching.
Ante esta realidad, la pregunta es: si el desarrollo de estas competencias personales es lo que está demandando el ámbito laboral, ¿a qué está esperando el sector educativo para introducirlo en la formación de sus alumnos?
La coordinadora del centro escolar afirmó durante la mesa redonda que el hecho de que los directores de centros educativos, los coordinadores y los profesores adquirieran ciertas habilidades propias del coach podría contribuir muy positivamente al desarrollo del alumnado. E incluso cómo la figura de un coach externo podría ayudarles de manera individual o grupal a alcanzar su máximo potencial.
El coaching en el ámbito educativo se aplica a todos los componentes de la comunidad educativa (centro educativo, familias y alumnado) de cara a lograr la mejora y desarrollo de estos últimos, los verdaderos protagonistas.
Nuestros jóvenes necesitan aprender a pensar, a reflexionar acerca de sus propios recursos, sus áreas de mejora, a descubrir nuevos puntos de vista, a establecer sus propios objetivos de desarrollo y a responsabilizarse con las acciones que les lleven a conseguirlos, a anticipar dificultades y tener previsto un «plan B». En definitiva, tienen que adquirir y desarrollar no sólo sus conocimientos sino también sus habilidades personales.
Los beneficios del coaching se producen en un periodo corto de tiempo pero perduran a lo largo de los años, ya que las capacidades adquiridas pueden aplicarse a las diferentes situaciones que vayan surgiendo en la vida de la persona.
Sin duda, un sistema educativo que verdaderamente pretenda formar a los alumnos para el futuro, para su incorporación al mundo laboral, debería introducir el coaching como una herramienta más para el desarrollo integral de los jóvenes. De esta manera, podrá irse reduciendo gradualmente la brecha que actualmente existe entre la preparación de nuestros jóvenes y las necesidades reales del mercado de trabajo.