Lo cierto es que la conferencia resultaba bastante aburrida. No sé muy bien qué me había llevado hasta allí. Posiblemente algo habría llamado mi atención del cartel publicitario.
Desvié mi mirada hacia los asistentes, barriendo superficialmente el auditorio mientras seguía oyendo de fondo, cada vez más lejanas, las palabras monótonas del orador. Un recorrido de caras grises con su mirada fija en el escenario. Despacio, fui volviendo poco a poco a las filas más cercanas. Y entonces lo descubrí. Sentado a mi lado, un niño de profundos ojos azules y una expresión extraña me miraba atentamente. No recordaba haberlo visto antes. De hecho, no recordaba que hubiera nadie sentado a mi lado. Era un niño, ni alto ni bajo, ni guapo ni feo; era un niño….¿o no tan niño? Me sentí atrapada por su mirada. Me asomé al borde de esos ojos de azul intenso y caí en el silencio.
Poco a poco comencé a escuchar mi respiración, tranquila y rítmica, y el sonido de las burbujas que subían a la superficie. Me sentía libre, como si volara a través del agua. Pude observar que algunos rayos de sol se filtraban a través de las olas mostrándome extrañas plantas de colores, curiosos peces y otras criaturas que nadaban por los alrededores sin apenas notar mi presencia. Disfrutaba con cada pequeño detalle que observaba, incluso con el sonido de mi propio respirar y con la sensación que me proporcionaba el estar flotando dentro de esa gran masa de agua, sintiéndome diminuta y gigante a la vez. Creo que pasaron varios minutos, aunque me pareció un instante.
Salí a la superficie. El seguía a mi lado y al mirar esos intensos ojos castaños sentí el olor a tierra mojada y el viento que me acariciaba el pelo llenándolo de azahar. Hacía calor y esa suave brisa parecía juguetear conmigo. El sonido de las campanas de la torre rebotó en mi corazón acelerando su latido y un pequeño grupo de pájaros cruzó sobre mí en su rápido viaje hacia quién sabe dónde. A lo lejos, el chapotear de la fuente y las risas de unos niños que hacían carreras de barcos con ramitas lanzadas al agua.
De repente sus ojos se tornaron grises y me llevaron de nuevo al auditorio. La conferencia había terminado. Me vi arrastrada hacia la salida y después me dejé llevar por la corriente hacia el metro. Levanté la vista y descubrí más tonos de grises de los que nunca hubiera imaginado. Jugué un rato con las nubes a adivinar sus formas. Dragones, perritos, cocodrilos, pájaros y leones me acompañaron casi hasta la puerta del vagón.
Me acomodé en mi rincón habitual, junto a la puerta. «¿Qué te vas a poner hoy?», me dijeron sus ojos grises con una sonrisa. Abrí el armario y comencé a revisar mis caras: de preocupación, de sorpresa, de tristeza, de fiesta… sí, esa casi siempre combina bien. Seguí mirando. De alegría, de dolor, de cariño,…Hoy quería algo especial. Sí, allí estaba! Mi cara de curiosidad, esa era! Me la ajusté con cuidado.
«Y ahora, ¿quieres ver algo realmente extraordinario?» – me preguntó.
«Por supuesto!» – le contesté con mi fantástica y reluciente expresión de curiosidad.
«Entonces, simplemente ….. abre los ojos!»