Las tentaciones del coach

El coaching no es, en estos momentos, una disciplina reglada. Tras una preparación específica, a esta profesión acceden personas desde muy distintos ámbitos: economistas, psicólogos, ingenieros, sociólogos, artistas, filósofos, abogados,… Cada uno lleva detrás el bagaje de su experiencia anterior y de sus conocimientos.

Sin embargo, la labor del coach no es la de sacar de su maleta esos conocimientos propios para ofrecérselos a su cliente sino la de hacer que sea éste el que rebusque en su propio equipaje para encontrar aquello que le ayude a mejorar su rendimiento.

En un proceso de coaching inevitablemente surgen tentaciones, como suculentos pastelillos recién horneados que nos impregnaran con su fabuloso olor y nos sedujeran con sus llamativos colores.

Una de las mayores tentaciones que puede tener un coach es la de querer ejercer como «experto en la materia» o tema que se está trabajando, en lugar de ejercer como «experto en coaching».

Hay momentos en los que un coach puede tener la dulce tentación de hacer alarde de sus conocimientos técnicos ofreciendo soluciones en base a su propia experiencia. No es que eso esté mal, es que eso no es coaching.

Un coach no da soluciones. Es más, no piensa en soluciones, sino que crea el clima adecuado para que el cliente encuentre las suyas propias. Puede, en determinadas ocasiones, aportar distintas sugerencias o ideas entre las que el cliente pueda libremente escoger o, mejor aún, que le sirvan de trampolín para salir de un bloqueo y construir sus propias opciones.

Cuando el coach muerde el pastelillo y se apresura a ofrecer soluciones, la respuesta a cada pregunta del coach será un «no sé» demandante de nuevas soluciones que mantenga al cliente dentro de su zona de confort sin asumir responsabilidades y muy probablemente, sin compromiso.

La labor del coach es la de observar sin juzgar, reflejando como un espejo las palabras y comportamientos de su cliente. La de ayudarle a encontrar nuevos puntos de vista, a conocerse mejor, a detectar creencias y flexibilizar su pensamiento. La de ayudarle, en definitiva, a ser el artífice de su propio desarrollo.

Sin duda, el protagonista absoluto de un proceso de coaching es el cliente, por lo que el coach no debe intentar robarle este protagonismo a través de sus propios juicios, interpretaciones o búsqueda de soluciones.

Un coach que se permitiera caer en la tentación de juzgar a su cliente sólo estaría trayendo a la sesión sus propias creencias, prejuicios y pensamientos, lo que inevitablemente ensuciaría el proceso de coaching.

El coach debe apartar tu propio diálogo interno para poder escuchar, para crear el clima de confianza adecuado y provocar verdaderamente esos procesos de reflexión en el cliente que le lleven a comprometerse con acciones dirigidas a su propia mejora.

Sé que es complicado, pero nadie dijo que fuera fácil vencer las tentaciones.

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