Se acomodó para descansar en su butaca preferida junto a la ventana. En el exterior la temperatura era gélida pero allí, tras el cristal, sentía la protección del sol. Aún así, se acurrucó bajo una suave manta. Respiró hondo y trató de poner en orden sus ideas.
Hacía ya algún tiempo que se había marcado un objetivo. Bueno, varios, y no conseguía alcanzarlos. No sabía muy bien qué estaba fallando. ¿Falta de motivación? ¿Mala organización? ¿Agotamiento?
Se daba cuenta de que quizás tenía demasiados frentes abiertos y eso no le permitía centrarse en ninguno de ellos. Pero es que, como si de una compleja tela de araña se tratara, todos estaban interrelacionados y resultaba complejo decidirse por sólo uno de ellos.
Siempre le había pasado lo mismo y, con los años, había aprendido a organizar su tiempo de una manera bastante eficiente. O, al menos, eso pensaba. No se trataba, por tanto, de no poder atender a todos sus frentes, pero sí, concluyó, de establecer prioridades entre ellos. Y ahí estaba el dilema. ¿Cuál era más importante? ¿Cuál más urgente?
Tomó un viejo cuaderno que había sobre la mesa y comenzó a escribir en él. Anotó todos sus frentes, sus objetivos. A su lado escribió qué le reportaba cada uno de ellos, más allá de lo evidente. ¿Para qué quería conseguirlos realmente?
Después, trató de organizarlos en base a su importancia y urgencia. Dedicó un buen rato a esta labor, aunque finalmente los terminó clasificando a todos como no verdaderamente urgentes, pero sí importantes. Por tanto, siguiendo las indicaciones de la famosa matriz de Eisenhower, lo que quedaba por hacer era planificar cómo llevar a cabo cada uno de ellos.
Y ahí estaba el verdadero problema.
Cerró los ojos unos minutos y trató de conectar con el momento presente. A través de la ventana escuchó el alegre piar de unos mirlos que parecían absortos en una animada conversación. Dentro de casa, el reloj marcaba rítmicamente el transcurrir del tiempo. Sintió el tacto agradable de la manta que cubría sus piernas y el calor de los débiles rayos que aún atravesaban los vidrios. Se respiraba un ambiente tranquilo y relajado.
Aprovechando ese estado de calma, comenzó a dibujar en su cuaderno los diferentes pasos que debía dar para alcanzar sus objetivos. Lo hizo en forma de escalera, y en cada peldaño anotó una de las acciones a realizar para conseguirlos.
Ahora todo parecía un poco más claro. Sólo restaba sellar su compromiso estableciendo una fecha para, al menos, ese primer escalón. Y así lo hizo.
Dejó a un lado la manta y se levantó con determinación. Comenzaba ahora un nuevo camino, un ascenso por una empinada escalera que, sin duda, le traería algunos momentos difíciles, pero también grandes recompensas.
Y así, con la ilusión de quien emprende un exótico viaje, se dispuso a dar su primer paso.