Durante los pasados días 17, 18 y 19 de septiembre tuvo lugar en la ciudad madrileña de Alcobendas el torneo internacional de fútbol sub-14 Madrid Football Cup. A lo largo de estos días, los doce equipos participantes que compitieron intensamente para lograr llevarse la victoria, que finalmente obtuvo el FC Barcelona en una emocionante final contra el PSG.
Madrid Football Cup se convirtió en estos días en la gran fiesta del fútbol de formación. Un torneo internacional que agrupó a los mejores equipos europeos, con jóvenes jugadores que posiblemente veamos en un futuro próximo continuar su carrera profesional con éxito en este bello deporte.
El torneo destacó por una organización brillante, en una época complicada para este tipo de eventos, reflejo del fantástico equipo humano encargado de las diferentes labores del torneo. Sin duda, las personas marcan la diferencia.
Pero, además, fue un torneo en el que los valores del deporte estuvieron en todo momento muy presentes. Me quedo con el recuerdo de algunos bonitos gestos de los deportistas, como el de un jugador animando a su compañero desolado tras la derrota, o el de otro disculpándose al finalizar el partido por un empujón que había dado a un adversario sin balón. El jugador no sólo se disculpó ante el jugador rival, sino que después agradeció a los colegiados que le hubieran corregido la acción en el partido. Su entrenador, por su parte, también había actuado sacándole del terreno de juego en el momento de la falta, enseñándole que ese no era el camino.
Respeto y deportividad entre los jugadores, y también entre el público. Gritos de ánimo, cánticos e incluso carracas y tambores, pero sin insultos ni malos modos. Un comportamiento ejemplar. A todo ello contribuía también el buen ambiente generado por el personal de la organización del evento, llamando al orden cuando era necesario, pero siempre de manera educada y con una sonrisa.
Otra emotiva escena tuvo lugar durante la entrega de medallas. El primer y segundo equipos clasificados se colocaron frente a frente en el terreno de juego. El equipo campeón entregó a los subcampeones la medalla de plata y éstos entregaron a su vez a los campeones la medalla de oro. Un precioso gesto de respeto mutuo que contrasta con los que hemos visto en ocasiones a nivel profesional, cuando los jugadores se quitan inmediatamente la medalla de plata del cuello o incluso no llegan siquiera a querer colgársela.
Un torneo vistoso, alegre y divertido, que también dejaba entrever algunas dificultades. A lo largo de toda la competición se palpaba el estrés entre los jugadores. Eran muchas las expectativas puestas en ellos. Para unos chicos de 13 o 14 años resulta difícil gestionar esa presión. No sólo se trataba de competir en un torneo internacional contra los mejores equipos y los mejores jugadores, sino de hacerlo lo mejor posible.
El conocimiento de la existencia de ojeadores en el torneo podía ejercer una presión extra a través de los familiares de los jugadores, por lo que resultaba de vital importancia el manejo que éstos hicieran de la situación. Muchos jugadores estaban nerviosos, tensos, y algunos incluso reflejaban en sus caras la preocupación por no defraudar las expectativas puestas en ellos.
Al estrés propio de la competición se le puede unir el estrés que se traslada desde los hogares. En estas situaciones, los mensajes de falsa confianza del tipo «seguro que ganáis», «vas a ser el mejor», «seguro que metes un gol», «tenéis que llevaros la copa», etc., no ayudan. Tampoco ayudan las malas caras o, peor aún, las críticas cuando las cosas no salen como se hubiera querido, mientras que los buenos resultados van acompañados de halagos, fotos para las redes o regalos. Sin darnos cuenta, a través de este tipo de comportamientos, podemos hacer que nuestros hijos lleguen a asociar su valía personal con los éxitos deportivos. Y ese es el mejor camino para conseguir que nuestros hijos vean afectada no sólo su autoconfianza sino también su autoestima.
El apoyo a nuestros hijos debe ser incondicional, valorando su esfuerzo y su mejora continua por encima de los resultados.
Otra dificultad asociada a un torneo de estas características es la gestión que los propios entrenadores hacen de la situación. También están en juego para ellos sus propias expectativas de resultados y su posible trascendencia a nivel profesional. Y en este sentido, lo más importante es la capacidad que tengan estos entrenadores de no proyectar sus propias necesidades en sus jugadores sino saber trasladar las indicaciones oportunas a nivel técnico y táctico, transmitiendo serenidad a los deportistas. La comunicación cobra, más que nunca, un papel fundamental.
A medida que avanzaba la competición resultaba evidente que los equipos a priori favoritos sufrían una mayor presión. Se esperaban de ellos grandes resultados. Por eso era tan importante la gestión que sus entrenadores hicieran tanto de las victorias como de las derrotas.
Cuando un entrenador, movido por su propia frustración, abandona el terreno de juego tras la derrota protestando, echándole la culpa al árbitro, a las lesiones, o a cualquier otro factor externo, le está haciendo un flaco favor a sus jugadores. Él es ejemplo, no debe olvidarlo. Y por mucho que duela la derrota, se debe reconocer el acierto del rival, así como aprender de los errores cometidos, reforzando también todo lo positivo que ha realizado el propio equipo. En deporte de formación éste es un aspecto clave para el desarrollo deportivo de los jugadores.
Para visibilizar su importancia, el torneo otorgó el premio al mejor entrenador. En esta ocasión recayó en el cuerpo técnico del Rayo Vallecano. Este equipo fue el cuarto clasificado, pero mereció el galardón ya que su entrenador, además de su buena gestión deportiva, supo manejar perfectamente todas estas situaciones con sus jugadores.
Torneos de este nivel ponen a prueba no sólo la calidad física, técnica y táctica de los equipos sino también su fortaleza mental para afrontar situaciones muy estresantes de competición. Son torneos muy bonitos, en los que brillan la deportividad y el buen fútbol, convirtiéndose en una fiesta inolvidable.
Una vez terminado, sólo nos debe preocupar la posible resaca de esta fiesta para algunos jugadores, tanto para los que han sido premiados o señalados positivamente por su calidad, como para aquellos que se han sentido en clara inferioridad respecto a sus rivales. Unos y otros deben aprender a relativizar, dándole la importancia justa al resultado, y continuar con su desarrollo deportivo a través de los objetivos de realización, es decir, aquellos objetivos relativos a mejoras en aspectos tanto a nivel físico, técnico, táctico como psicológico que dependen de ellos y que les harán ser mejores futbolistas y mejores deportistas.