¿Hablando se entiende la gente?

Sin duda alguna, la mayoría de los problemas que surgen tanto en el ámbito laboral como en el personal se deben a problemas de comunicación.
A menudo caemos en el error de considerar que los demás ven la vida desde nuestro propio punto de vista. Y nada más lejos de la realidad. De cada situación hay tantos puntos de vista como personas se ven involucradas en la misma.
Tendemos a filtrar la información que nos llega a través de nuestras propias interpretaciones, juicios, opiniones y sentimientos. Y de acuerdo con ello, reaccionamos.
Por eso, una buena comunicación siempre parte de una buena escucha. Una escucha limpia de juicios e interpretaciones, una escucha que tiene como ingrediente fundamental la empatía.
Tener empatía con alguien supone no sólo ponerse en su lugar sino además hacer que la otra persona sienta que es así.
Imagina que tu hijo pequeño viene del colegio triste porque se ha peleado con su mejor amigo. Seguramente tú recordarás una situación similar en tu infancia y, creyendo actuar con empatía le dirás algo como: “No te preocupes, ya verás como mañana se le ha olvidado y volvéis a ser amigos.” Sin embargo, tu hijo no sentirá que te has puesto en su lugar, sino que le estás quitando importancia a algo que en ese momento resulta fundamental para él.
En lugar de eso, la manera empática de actuar en este caso sería acoger primero la emoción del niño con palabras como: “Entiendo cómo te sientes, ya veo que estás muy triste” y ya después, cuando el niño se haya sentido comprendido podremos intentar ayudarle a que vea las cosas desde otro punto de vista o a que encuentre diferentes maneras de afrontar la situación.
Aprender a empatizar y a escuchar sin dejarnos llevar por nuestro propio “ruido” interior resulta una tarea compleja. Algunos profesionales como los psicólogos, los mediadores o los coaches, entre otros, dedican gran parte de su formación a perfeccionar sus habilidades de comunicación. Al mantener una conversación con alguien, distinguen tres tipos de diálogos simultáneos:
• El diálogo racional, es decir, aquello que decimos, nuestras palabras.
• El diálogo emocional, o aquello que transmitimos a través de nuestras expresiones y nuestro tono de voz.
• El diálogo interno, que como una especie de “Pepito Grillo” resuena en nuestra cabeza interfiriendo con sus propias emociones, juicios, prejuicios e interpretaciones.
Conseguir acallar a este “Pepito Grillo” es el gran reto para lograr una verdadera escucha. Si no, todo lo que digamos y todo lo que escuchemos estará impregnado de su voz.
¿Te has parado a pensar alguna vez cómo ha influido este diálogo interno en tu manera de expresarte? ¿y en tu manera de escuchar? Seguramente te habrás encontrado con situaciones en las que había tanto ruido dentro de tu cabeza que apenas podías entender lo que decías y mucho menos, lo que te estaban diciendo. ¿Cómo acabó esa conversación?
Aprender a escuchar tratando de eliminar nuestro diálogo interno no sólo es imprescindible para muchos profesionales que hacen de la comunicación un arte, sino que también nos puede ayudar en nuestro día a día personal.
Antes de poder eliminar nuestro diálogo interno debemos ser capaces de identificarlo. Por ello, te propongo un reto: la próxima vez que tengas una conversación con alguien, trata de reconocer los tres tipos de diálogo que estás manteniendo simultáneamente. Y entonces, trata de silenciar todo aquello que está interfiriendo en tu escucha. ¿Notas la diferencia?

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