El partido de fútbol

– ¡Por fin, ya ha terminado el partido!¡Menuda paliza nos han metido! ¡Como siempre! ¡Qué desesperación! Estos chicos no se centran, tienen la cabeza llena de pájaros. Seguro que ayer hasta salieron de marcha. Claro, luego pasa lo que pasa, ¡corriendo por el campo como pollos sin cabeza! ¡Con todo el esfuerzo que supone para mí preparar cada partido, cada entrenamiento! Les hablo pero no se enteran de nada, como si no escucharan. Toda la semana entrenando las jugadas, llegan al partido y cada uno a su bola. Y mira Luis, ¡arrastrando los pies! Así no vamos a ninguna parte.

Y ahora, el marrón para mí. ¡A ver qué hago yo de cara al próximo partido! El presidente tiene que estar que trina. Sí, son sólo unos niños pero a la hora de la verdad, ganar es lo que cuenta. Y si no, ¿para qué competimos?

Bueno, voy a tranquilizarme un poco. Ahora ya, a pensar en el próximo partido. ¡Tenemos que ganarlo como sea! Hay que motivarles, seguir creando equipo. Pondré un tweet, que eso a los chavales les gusta. Mi mensaje al equipo concentrado en 140 caracteres: «Hoy ha faltado ACTITUD y sin COMPROMISO no se consiguen las victorias. El próximo día hay que DEJARSE LA PIEL en el campo. ANIMO chavales!!!». Ya está. La semana que viene, a seguir trabajando.

Luis había pasado una semana difícil. Sus padres discutían cada vez más a menudo y temía que fueran a divorciarse. ¿Sería él el culpable de tantas peleas? Les había oído quejarse por tener que acompañarle a los entrenamientos.

Hoy era día de partido. En el coche, de camino al club, su padre le daba las últimas indicaciones técnicas y tácticas. Mientras, él, con la mirada perdida, tan sólo atendía a los pensamientos que daban vueltas y más vueltas en su cabeza. Quizás lo mejor sería abandonar el fútbol. Era su pasión, lo que más le gustaba en el mundo, pero si con eso conseguía reducir los gritos y las peleas…

Llegaron al club.

– ¡Vamos Luis, a por ellos, haz que me sienta orgulloso de ti!

Las palabras de su padre mientras se dirigía a las gradas le golpearon como un martillo, abriendo una brecha de esperanza. Si ganaban el partido, si él conseguía meter un gol, su padre estaría contento. No habría peleas.

Pero el partido no fue como él deseaba. Sus nervios, sus ansias por ganar le hicieron cometer muchos errores. Su entrenador le gritaba desde la banda pero él sólo se escuchaba a sí mismo: «Tienes que meter un gol, tienes que meter un gol». Corría, corría detrás del balón con todas sus fuerzas, pero la suerte no estaba de su parte. El resultado final, la derrota, su derrota, en el campo y también en su casa.

Camino al vestuario pudo ver la expresión de su entrenador. No le dijo nada, pero su mirada fue suficiente. También a él le había fallado.

Cabizbajo entró en el coche. En los veinte minutos de vuelta a casa su padre no paró de señalarle todos y cada uno de sus errores. Luis aguantó el chaparrón como pudo y al llegar corrió a encerrarse en su habitación. La música de sus cascos consiguió amortiguar un poco el sonido de una nueva pelea al otro lado de la puerta.

Se tumbó en la cama y encendió el móvil para chatear un rato con sus amigos. Y allí estaba el mensaje de su entrenador, dirigido a él, no había duda. Le había faltado actitud y compromiso. ¡No se había dejado la piel! Pero, ¿qué más podría haber hecho? Había corrido más que nunca, había intentado una y otra vez conseguir el gol. ¡Nadie más que él deseaba haber ganado ese partido! Pero no había sido suficiente. No era un buen jugador, no era un buen hijo, ¡no servía para nada! Había defraudado a sus padres, a su entrenador, a su club…

Definitivamente, lo mejor que podía hacer era dejar el fútbol para siempre. Así al menos no les volvería a decepcionar.

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