A menudo me sorprendo observando lo que ocurre cuando dos o más personas conversan.
Es interesante comprobar cómo, mientras hablamos con alguien, siempre mantenemos (al menos) dos diálogos simultáneos. Por un lado, lo que decimos, nuestras palabras. Y por otro, lo que callamos, nuestro diálogo interno.
Habitualmente lo que callamos es mucho más interesante que lo que decimos. Lo que callamos es lo que realmente pasa por nuestra cabeza desde el punto de vista emocional, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. Después, normalmente, lo procesamos y lo filtramos mediante algunas normas sociales como aquello que se considera o no cortés o adecuado, o las posibles consecuencias que podría tener decir algo o no decirlo.
Pero casi siempre estamos más atentos a nuestro diálogo interno y a la interpretación del diálogo interno de nuestro interlocutor que de lo que verdaderamente estamos diciendo y escuchando. Las creencias, las interpretaciones, los juicios, las suposiciones, tienen al final más valor para nosotros que las propias palabras.
En nuestro día a día, esta capacidad de filtrar y callar o «maquillar» lo que queremos decir es una habilidad fundamental. Normalmente, nuestros pensamientos y sentimientos fluctúan rápidamente mientras que las palabras, una vez dichas, quedan grabadas y resulta difícil «borrarlas» y cambiarlas por otras. Decir en cada momento lo que verdaderamente estamos pensando o sintiendo nos traería grandes problemas de relación con los demás en la mayoría de los casos.
Los coaches somos conscientes de este diálogo interno de nuestros clientes. En una sesión de coaching escuchamos el contenido del mensaje, las palabras que utiliza nuestro coachee, la entonación empleada, la velocidad al hablar, sus gestos o expresiones e incluso el ritmo de su respiración. Pero también escuchamos lo que no dice, lo que evita comentar o a lo que parece no prestar atención. Yendo más allá, escuchamos el silencio.
En una sesión de coaching los silencios son unos de los momentos más fascinantes. Son momentos en los que habitualmente se produce lo que muchos llaman «la magia del coaching» o «el clic», esa nueva posibilidad, ese descubrimiento, ese aprendizaje,…, el verdadero avance en el desarrollo del coachee.
Para que pueda producirse ese «clic», el coach debe renunciar por completo a la forma habitual de conversación, apartando sus pensamientos, emociones, juicios, prejuicios, interpretaciones y creencias. Sólo al escuchar de esta manera creamos el espacio adecuado para que el coachee crezca.
Una de las grandes habilidades el coach será, por tanto, la de saber propiciar estos espacios de silencio, en el momento adecuado y el tiempo preciso para permitir que el coachee reflexione y se escuche a sí mismo, descubriendo aquello que hasta entonces permanecía oculto.