La importancia de una motivación equilibrada

Los papás de Luis le llevaban todas las tardes al entrenamiento. A él no es que le gustara especialmente el fútbol, pero tampoco le importaba ir. Lo pasaba bien con sus compañeros, aunque a veces el entrenador le llamaba la atención porque decía que estaba distraído y no se enteraba de nada. Los sábados tocaba partido. Normalmente jugaba poco, pero no le importaba porque también lo pasaba bien en el banquillo hablando con sus amigos. La verdad es que no entendía por qué algunos se tomaban tan en serio el resultado de los partidos.
Su compañero Pedro era un chico que se esforzaba mucho en los entrenamientos. Siempre llegaba puntual y estaba súper atento a las indicaciones del entrenador. Le gustaba mejorar. A veces incluso se quedaba más rato practicando aquello que no conseguía dominar del todo. Los días de partido no estaba nervioso. Sabía que jugaría pocos minutos. Su entrenador a veces le decía que no tenía sangre en las venas.
Sin embargo, Héctor era todo lo contrario. En los partidos “se dejaba la piel”, como él decía. Le gustaba ganar por encima de todo. Todo el mundo le decía que era muy bueno, y la verdad es que tenía grandes cualidades. Pero no le gustaba nada entrenar. Solía llegar tarde y a veces incluso faltaba con alguna excusa. Durante los entrenamientos solía distraer a los demás con sus bromas y no hacía demasiado caso a las indicaciones del entrenador. Sólo el ratito que se jugaba partidillo era cuando de verdad se ponía las pilas. El entrenador siempre le ponía de titular porque, aunque entrenara poco, era muy bueno en los partidos.
Por su parte, Juan era un jugador muy comprometido. Entrenaba duro, tratando de hacer siempre las cosas un poco mejor. Hacía mucho caso a las indicaciones de su entrenador y trataba de ensayar todo lo aprendido en los entrenamientos para ponerlo en práctica el día del partido. Los sábados era imparable en el campo. Quería ganar a toda costa, pero además trataba de hacer las cosas mejor que en el partido anterior. Sabía lo que hacía bien y lo aprovechaba, pero también sabía qué podía mejorar y trataba de hacerlo en cada entrenamiento.
Estos cuatro tipos de jugadores, y especialmente los tres primeros, suelen estar en casi todos los equipos de fútbol base. Su manera de comportarse tanto en los entrenamientos como en los partidos tiene mucho que ver con el tipo de motivación que predomina en ellos.
La orientación motivacional hacia el ego es la de aquellos jugadores que tienen sus objetivos puestos en mejorar respecto a los demás. Su propio valor lo miden relación a los otros. Les importa ser titulares, jugar más minutos, meter más goles, ser el mejor, …
La orientación motivacional hacia la tarea es la que tienen esos jugadores cuyo objetivo es la mejora personal respecto a sí mismos. Se centran en mejorar sus propias habilidades técnicas, tácticas, físicas y psicológicas que les pueden hacer mejor jugador de lo que eran la temporada anterior. Se fijan en aspectos como mejorar el dominio del balón con el pie contrario, dar mejores pases, aprender a bascular, a coger la posición en el campo, mejorar su resistencia o su velocidad, …
La motivación de los jugadores se mueve en un continuo entre estas dos orientaciones, situadas de manera ortogonal. De esta manera, Luis tendría una baja motivación hacia el ego y también una baja motivación hacia la tarea. Lo normal es que, si no hacemos nada, un chico como Luis acabe dejando el fútbol para realizar otro tipo de deporte o actividad que le atraiga más. De manera errónea, habitualmente a estos chicos se les intenta inculcar una motivación hacia el resultado, tratando de conseguir que ganar sea algo muy atractivo para ellos y de esa manera se impliquen más en la actividad. Sin embargo, el primer paso sería tratar de motivarles hacia la tarea, hacia su propia mejora personal. De esta manera logrará tener una mayor autoconfianza y, en el caso de que finalmente abandone el fútbol, habrá aprendido algunos valores importantes para su vida: la importancia del esfuerzo, de la mejora constante, de la autoevaluación, del trabajo personal para contribuir al equipo, … Su paso por el fútbol habrá merecido la pena.
Pedro ya posee esta alta orientación motivacional hacia la tarea y, sin embargo, mantiene una baja orientación motivacional hacia el ego. Posiblemente Pedro necesite un pequeño empujón para dar ese paso a plasmar esa mejora personal en los resultados de la competición. El refuerzo positivo de sus avances por parte del entrenador y de sus padres le puede ayudar a fortalecer su autoconfianza y a partir de ahí animarle a conseguir algunos objetivos de resultado. Se deberá comenzar por objetivos que él vea como asequibles e ir avanzando. A medida que vaya jugando más minutos, que vaya viendo que sus progresos se traducen en aportaciones importantes para el equipo, se irá sintiendo más confiado e irá creciendo su motivación hacia el ego, sin abandonar su motivación hacia la tarea.
Juan se encuentra en la situación ideal. Es el tipo de jugador que cualquier entrenador quisiera para su equipo. Tiene un fantástico equilibrio entre los dos tipos de motivación, de manera que cuando se encuentre con dificultades de resultado, sabrá cómo hacerles frente. Este tipo de orientación motivacional le servirá también para afrontar las situaciones de su vida, actuales y futuras, al margen del deporte.
Sin embargo, Héctor se encuentra en una situación de riesgo. Los chicos como Héctor son chicos con unas habilidades innatas que les han hecho destacar desde muy jovencitos. Sin embargo, al sentirse superiores a los demás, no han adquirido la capacidad de trabajo y de esfuerzo para la mejora personal. A medida que Héctor vaya creciendo, estas habilidades se irán igualando a las de sus compañeros y, al no haber aprendido a hacer autocrítica, los malos resultados deportivos (meter menos goles, jugar menos minutos, …) los achacará siempre a los demás. Comenzarán las excusas del tipo “el entrenador me tiene manía”, “en este equipo son todos unos paquetes”, “no me dan buenos pases”, … Si no lo remediamos, Héctor comenzará por cambiar de equipo, pensando que así mejorarán sus resultados. Pero mientras su orientación motivacional no se dirija mínimamente hacia la tarea, Héctor seguirá sin saber afrontar las situaciones adversas. Finalmente, es muy probable que Héctor abandone el fútbol, posiblemente abandone todo tipo de deporte. Y que lo abandone de mala manera, tratando de buscar en otro lado ese reconocimiento que antes tenía de los demás. Muchos chicos como Héctor acaban metiéndose en problemas buscando el halago de las pandillas, dirigiendo de manera errónea su vida, tratando de destacar de alguna manera para alimentar su ego.
Tanto entrenadores como padres debemos aprender a reconocer qué tipo de orientación motivacional tienen nuestros jugadores o hijos. Y más aún, a reconocer qué tipo de orientación motivacional estamos reforzando en ellos con nuestros comentarios. ¿Les animamos cuando mejoran la ejecución de una tarea o únicamente nos fijamos en el resultado del partido? ¿Dónde ponemos el foco? De nosotros depende, en gran parte, que nuestros chicos saquen grandes aprendizajes de su paso por el fútbol o que éste se convierta en todo lo contrario.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies