¿En qué posición juegan los padres?

El deporte constituye una gran oportunidad educativa para nuestros hijos. De su paso por el deporte nuestros hijos pueden adquirir y desarrollar valores y capacidades como el esfuerzo, el compromiso, la amistad, la perseverancia, el respeto, el trabajo en equipo, la puntualidad, la capacidad de organización o la responsabilidad, entre otros.

Tenemos la gran oportunidad de utilizar el deporte no sólo como una actividad de ocio para nuestros hijos sino también como un instrumento importante para su formación.

Pero la práctica deportiva por sí misma no asegura que estos valores y capacidades se desarrollen en los deportistas, sino que es responsabilidad de todos nosotros, los adultos, el conseguir que esto sea así. Todos debemos poner de nuestra parte para que el deporte se convierta en una verdadera herramienta educativa. Y en esta labor, los padres jugamos un papel principal.

Pero ¿quién nos enseña a ser padres o madres de deportistas? Algunos de nosotros ni siquiera practicamos deporte en nuestra juventud, o si lo hicimos fue en una disciplina diferente a la elegida por nuestros hijos. ¿Es suficiente con nuestra propia experiencia? ¿Nos dejamos llevar por la intuición?

Sin duda la experiencia, la intuición y sobre todo el cariño que les tenemos a nuestros hijos formarán parte de nuestra propia manera de ser y hacer, pero posiblemente a todos nos vedría bien conocer algunas pautas a seguir.

El decálogo de los NOes

Desde hace algún tiempo veo en algunos clubes deportivos carteles que indican a los padres todo lo que NO deben hacer. Estos decálogos, junto a otros carteles como el de “Prohibido comer pipas”, imagino que tendrán alguna utilidad aunque dudo bastante de su eficacia. A mí personalmente, como madre, me disgusta la manera de presentarlo. Incluso he encontrado clubes en los que directamente han planteado prohibir la asistencia de los padres a los entrenamientos. ¿Es que acaso nuestro papel debe limitarse al de chófer y recurso económico? No, los padres tenemos mucho que aportar. No se trata de limitar y prohibir sino de ayudarnos a actuar de la manera más favorable para nuestros hijos.

Soy consciente de que algunos padres dan muy mal ejemplo. Todas las semanas hay gritos en las gradas e insultos al árbitro o al entrenador. Pero estos padres son los menos. Eso sí, los más ruidosos. Y lo que sí sé con toda seguridad es que todos los padres, incluidos los ruidosos, actúan de buena voluntad, pensando que hacen lo mejor para sus hijos, aunque muchas veces se equivoquen.

Algunos padres actúan así porque no son capaces de gestionar sus propias emociones. El deporte es pasión, las emociones están a flor de piel, y cuando el que está en la cancha es tu hijo todo toma un cariz mucho más personal. No se trata de justificarlo sino de tomar conciencia de lo que ocurre para ponerle solución.

¿En qué posición juegan los padres?

Los padres también juegan, aunque no lo hagan en el terreno de juego. ¿Cuál debe ser entonces su posición? No la del entrenador, que esa ya está ocupada. Ni siquiera la del segundo entrenador. Los padres deben jugar en la única posición que no tiene suplente: la de padres.

Y si queremos hijos deportistas de alto rendimiento debemos trabajar para ser “padres de alto rendimiento”. Esto implica tener claros los objetivos del deporte de formación y ser conscientes de cuál es nuestra motivación para que nuestros hijos hagan deporte.

Uno de los objetivos más importantes del deporte de base es el de servir como mecanismo educativo. No sólo se trata de que realicen una actividad física, que aprendan la técnica y la táctica de un deporte, sino que además su paso por el deporte debe hacerles mejores personas. Por ello debemos aprovechar cada oportunidad que nos brinda el deporte de nuestros hijos para contribuir a su formación.

Además, los padres debemos involucrarnos para proporcionarles el apoyo logístico y emocional que necesitan para su práctica deportiva, pero sin que esta motivación se torne en una presión excesiva hacia los resultados que puede ser muy perjudicial para los chicos.

La mayoría de los padres quieren que sus hijos hagan deporte por razones que tienen que ver con su bienestar, su salud o su desarrollo personal, aunque también hay padres que, a veces sin darse cuenta, tienen una motivación más orientada al éxito deportivo de su hijo o incluso a la satisfacción de su propio ego, especialmente si los chicos destacan en su disciplina deportiva. Esta motivación no es necesariamente mala, siempre que esté compensada con una motivación orientada hacia su bienestar y desarrollo. Sin embargo, si la motivación para que nuestro hijo practique deporte se centra fundamentalmente en aspectos como que consiga éxitos deportivos, que llegue a lo más alto o que logre lo que yo no conseguí, esta motivación puede transformarse en una presión excesiva, que puede llegar incluso a derivar en auténticos problemas a lo largo del tiempo como una baja autoestima, depresión o consumo de drogas.

Por tanto, es importante reflexionar sobre los verdaderos motivos que nos llevan a que nuestros hijos hagan deporte y estar alerta para detectar si este equilibrio comienza a romperse.

El decálogo de los SIes

¿Qué podemos hacer entonces los padres para favorecer el desarrollo y la formación de nuestros hijos a través del deporte? Estas son algunas de las pautas a tener en cuenta:

1- Dejar a nuestros hijos que elijan el deporte que desean practicar.
Esto les ayudará a asumir la responsabilidad de la toma de decisiones y mejorará su adherencia al deporte elegido.

2- Asegurarnos de que están en el nivel de exigencia adecuado a su edad y capacidad.
Los chicos necesitan sentirse competentes en lo que hacen para fortalecer su autoestima. Por supuesto esto no implica que deban ganar siempre pero sí que tengan oportunidades de competir.

3- Ser exigentes con el compromiso adquirido.
Uno de los valores que favorece el deporte es el del compromiso. Debemos hacer lo posible para que puedan cumplir con ello, llevándoles puntuales a entrenamientos y partidos y evitando que falten a los mismos sin una razón de peso.

4- Compensar la actividad deportiva con otras actividades.
Los chicos deben tener distintas fuentes de estimulación y gratificación ya que de lo contrario se produce una situación de riesgo. Si toda su vida gira en torno al deporte y éste por lo que sea empieza a fallar, todo su mundo se viene abajo.

5- Apoyar a nuestros hijos.
Habrá muchos momentos difíciles en los que las cosas no les saldrán como a ellos les gustaría, tendrán fracasos, lesiones, y necesitarán nuestro apoyo y comprensión.

6- Asegurarnos de que no asocien su valía personal con sus éxitos deportivos.
Debemos cuidar nuestras críticas y nuestro lenguaje, especialmente cuando las cosas no vayan bien. Y valorar siempre los aspectos que dependen de ellos, como el esfuerzo o el trabajo, por encima de los resultados obtenidos.

7- Animarles a que sigan constantemente aprendiendo dentro de su deporte.
Si queremos que su paso por el deporte sea largo debemos animarles a que prueben cosas nuevas, a que salgan de su zona de confort, aunque a veces esto suponga empeorar su rendimiento a corto plazo. Esta es la única manera de seguir creciendo.

8- Ser conscientes de que la adversidad endurece.
Debemos evitar la tentación de sobreproteger a nuestros hijos y no hacer un drama si juega menos minutos de los que pensamos que debería o si puntualmente no ha sido convocado.
Debemos enseñarles a aceptar que el error es parte del juego, y que formar parte de un equipo también implica apoyar al compañero cuando falla.

9- Suprimir los “últimos 100 consejos” antes del partido que damos a nuestros hijos en el coche, así como el “análisis detallado del partido” de vuelta a casa.
Debemos acostumbrarnos a escuchar, a eliminar presión y dejar que sea nuestro hijo el que saque el tema si quiere, o que dedique esos momentos para su propia preparación psicológica o gestión emocional. Dejemos que sea el protagonista.

10- Dar ejemplo de comportamiento.
Los padres debemos ser un ejemplo de todos los valores y actitudes que queremos que nuestros hijos adquieran con la práctica deportiva. De nada sirven nuestras palabras si nuestro comportamiento les dice lo contrario.

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