«Tengo que recuperar el swing»

El golfista norirlandés Rory McIlroy, número uno en el ranking mundial y nueva estrella publicitaria de Nike, está sufriendo la presión que supone ser el mejor.

En un deporte como el golf en el que la mente es un aspecto fundamental, este exceso de estrés le ha hecho cometer errores que le han llevado a no pasar el corte en Abu Dabi y a ser eliminado en la primera ronda del campeonato Match Play.

La semana pasada se retiró de manera inesperada en la segunda ronda del torneo Honda Classic en Florida a causa de un dolor de muelas (¿una puerta de escape?). Sin embargo, el propio jugador reconoció que no sólo se trataba de sus muelas sino que no se encontraba bien mentalmente: «Me he estado poniendo mucha presión a mí mismo para hacerlo bien, he estado trabajando duro, pero las cosas no han salido bien. Es frustrante».

Estos mismos pensamientos negativos acerca de sus últimas actuaciones deportivas siguen añadiendo estrés a la situación, por lo que mientras la atención del golfista siga centrada en el «tengo que recuperar el swing, no puedo fallar», los errores seguirán produciéndose.

Lo que le está ocurriendo a Rory Mcllroy se puede trasladar a lo que le ocurre a muchas otras personas en su propio ámbito personal o profesional. Cuando «nadie espera nada de nosotros» es fácil vivir el momento y dejar que nuestro conocimiento y habilidades fluyan. Pero a medida que los resultados se van consiguiendo, las expectativas de los que nos rodean y principalmente nuestras propias expectativas respecto a lo que «debería» ser nuestro rendimiento, van añadiendo estrés a situaciones ya potencialmente estresantes como puede ser una competición deportiva, la elaboración y presentación de un informe al Comité de Dirección, una negociación importante, o el cumplimiento de los objetivos de ventas.

Las personas más autoexigentes son las que más sufren esta «presión». Entran en un círculo en el que el estrés les lleva a cometer errores, que a su vez añaden más estrés, y éste más errores, llegando a la frustración y el desánimo.

La única manera de romper el círculo es volviendo a centrar la atención en aquello que les llevó a la excelencia: los comportamientos y acciones concretas que dependen de sí mismos y que tienen que ver con el camino, no con la meta. Es decir, acciones no enfocadas en el resultado, pero que aumentan la probabilidad de alcanzarlo. Realizar un determinado número de visitas a clientes, o hacer un análisis de los aspectos en los que se puede ceder y aquellos que son innegociables, son tareas que desvían la atención del resultado final pero que, indudablemente, ayudan a conseguirlo.

Eliminar otras fuentes de estrés adicional, el trabajo centrado en la tarea, ser pacientes y tomar conciencia de que «nadie es perfecto», les devolverá poco a poco a su nivel de rendimiento inicial.

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