Haciendo nada

Somos lo que hacemos, pero también lo que pensamos y sentimos. De hecho, todo lo que hacemos está provocado directa o indirectamente por nuestros pensamientos y sentimientos. Y a veces éstos nos llevan precisamente a no hacer nada.

Nada siempre es una opción.

Pensar que las cosas pasan porque sí, por la suerte ó la mala suerte, por una conspiración de los astros o el designio de los dioses, nos lleva a la más absoluta indefensión y parálisis.

La nada es cómoda. Quizás no muy agradable pero cómoda. No supone esfuerzo alguno ni es necesario asumir riesgos. La nada únicamente implica esperar, una paciente espera hasta que «algo» pase.

Eso sí, la nada conduce irremediablemente a la queja. Porque al no hacer nada sentimos la imperiosa necesidad de justificarnos ante los demás y ante nosotros mismos. Y es entonces cuando empezamos a echar balones fuera y a buscar culpables.

A los que no hacen nada les encantan los culpables, tanto los culpables indefinidos como los culpables más concretos, con nombre y apellido: la sociedad, la política, la economía, el enchufismo, la mala suerte, los árbitros, el jefe, el vecino de al lado, …

Desde mi punto de vista, la vida es demasiado valiosa como para desperdiciarla haciendo nada. Arriesgarte y equivocarte es mucho más emocionante. Y además proporciona aprendizaje.

La vida es una continua toma de decisiones. Y entre las diferentes opciones siempre asomará la de mantenerte inmóvil.

Quizás en alguna ocasión sea precisamente esa la opción más sensata. Pero otras veces no tendrás más remedio que evaluar y decidir una acción.

Tú eliges. ¿Qué vas a hacer hoy?

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