El puente

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza tropezando, cayendo unos sobre otros enmarañados y aturdidos.

Se trasladó en el tiempo a aquel día en que, casi sin darse cuenta, mientras disfrutaba del aroma a café, había tomado la determinación de emprender su viaje. Recordó cuánto había dudado pero, finalmente, aunque nerviosa, insegura, con miedo a asomarse a ese precipicio aterrador y por otro lado tan fascinante que se abría ante sus pies, había decidido comenzar su peligrosa andadura.

Aquella tarde, con el sabor del tibio café aún en sus labios, dio su primer paso, tembloroso, sobre aquel puente que se suspendía ligero sobre el precipicio. Era un puente muy endeble, hecho tan sólo de cuerdas y trozos de madera.

Notó cómo las ásperas cuerdas se clavaban con fuerza en sus manos hasta casi hacerlas sangrar. Comenzó a caminar. Sus piernas temblaban y sus pies se posaban suavemente sobre las tablas de madera, probablemente podridas por el paso del tiempo.

Una bruma densa no dejaba ver el final de aquel inestable puente. Sentía miedo. Miedo de resbalar y caer, miedo de que el puente no soportara su peso y se rompiera, miedo a seguir caminando hacia un futuro incierto, y miedo a volver hacia a atrás. Se detuvo y miró hacia abajo. El precipicio rugía. Cerró los ojos con fuerza, apretó los dientes y dio un paso más.

Lentamente siguió caminando. De repente, el cielo se oscureció y comenzó a llover. Era una lluvia fina pero incesante, de las que acaban calándote hasta los huesos. Los tablones del puente se hicieron resbaladizos y las cuerdas comenzaron a hacerle ampollas en las manos. No sabía qué hacer. Quería volver atrás pero ahora, al girar la cabeza, ya no conseguía distinguir el inicio del puente. No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había estado caminando y, por otro lado, algo en su corazón le animaba a continuar.

Las tormentas no duran eternamente y, al dejar de llover, el sol brilló con fuerza iluminando el camino, secando las cuerdas y haciendo más firmes sus pisadas.

Comenzó a disfrutar del paisaje. No es que se hubiera hecho más fácil caminar sobre el puente pero ahora mantener el equilibrio a esa elevada altitud ya no le costaba tanto. Era como si todo fluyera a su alrededor.

Por un momento se imaginó al otro lado del precipicio, alcanzando su ansiada meta. Una alegría inmensa le invadió. Soltó sus manos de las cuerdas y estiró sus brazos hacia las nubes. En ese instante, una inesperada ráfaga de viento le zarandeó con fuerza y le hizo tropezar. Cayó de rodillas sobre una de las tablas, que al sentir su peso comenzó a resquebrajarse. Ella se agarró como pudo mientras notaba cómo el puente se rompía y sus pies quedaban suspendidos sobre el abismo.

Ahora, sumida en ese mar de dudas, el miedo inicial había dado paso a un profundo sentimiento de tristeza. Notaba cómo sus fuerzas flaqueaban. No duraría mucho tiempo sujeta tan sólo por sus manos. Los músculos comenzaban a dolerle y una espesa niebla había vuelto a cubrirlo todo a su alrededor.

Lloró recordando aquel día en que había decidido comenzar su andadura. Si pudiera volver el tiempo atrás, si pudiera retroceder hasta aquel día,…¡habría tomado la misma decisión! – se sorprendió.

Aún ahora, cuando se sentía cansada y dolorida, con sus pies colgando sobre un oscuro precipicio, no renunciaba a todo lo vivido hasta entonces. Volvió a experimentar en su mente cada una de las sensaciones, cada pequeño paso, cada instante de su aventura. Había caminado mucho hasta llegar allí. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su pasión era mucho más fuerte que su miedo. Y decidió seguir adelante.

Sus manos asieron fuertemente las cuerdas que aún le sostenían y, haciendo un gran esfuerzo, consiguió elevar sus piernas hasta apoyarlas en el siguiente tablón. Lentamente, con cuidado, se fue incorporando. Había aprendido que soltarse de manos era peligroso, que el viento y la lluvia aparecían inesperadamente transformando el paisaje, volviendo frágil y resbaladizo su camino.

Estaba convencida de que aún quedaban muchos obstáculos por delante pero el puente le había enseñado a aprender de sus errores y ahora estaba preparada. A partir de ese momento caminaría más espacio, afianzándose bien a cada paso pero sin detenerse, con la mirada siempre fija en su destino, sin dejar que la niebla apaciguara su ánimo.

Los ojos le brillaron, suspiró hondo, y se preparó para continuar su camino a través del puente. Un paso más.

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