La publicación de los resultados del Informe Pisa ha vuelto a poner de manifiesto algo que ya estaba en la cabeza de todos: el nivel de los alumnos españoles apenas ha mejorado en la última década y sigue situándose año tras año por debajo de la media de la OCDE.
El informe Pisa evalúa el conocimiento en materias básicas como las matemáticas, la lectura o las ciencias. Sin embargo, estos malos resultados académicos son sólo el reflejo de una realidad educativa que requiere un análisis mucho más profundo.
En estos días se ha hablado de las diferencias entre unos países y otros, de la importancia de una buena formación del profesorado, de su reconocimiento, de la buena gestión de los presupuestos invertidos, del número de horas que los alumnos deberían dedicar a reforzar lo trabajado en el aula, de la distribución y peso específico de las diferentes materias dentro del currículum, de las diferencias entre las distintas comunidades autónomas….
En fin, se ha hablado y se seguirá hablando. Pero de lo que se ha hablado poco es de que las mayores diferencias dentro de nuestro país reflejadas en este informe, no tienen que ver con la comunidad autónoma donde reside el alumno sino con el centro educativo al que pertenece. Esto indica que factores como la motivación de los alumnos, la calidad de la enseñanza de cada profesor o el ambiente de trabajo en el centro son aspectos que repercuten decisivamente en la calidad de la enseñanza.
Este hecho abre una puerta para que tanto los padres como los educadores o los mismos alumnos, que formamos parte una misma comunidad con un objetivo común: la mejora y desarrollo de nuestros jóvenes, podamos empezar a trabajar ya en la mejora educativa desde aquellos aspectos que dependen de nosotros mismos.
En una sociedad moderna pero con un modelo educativo anclado en el pasado, cada vez son más los casos de jóvenes incapaces de gestionar la frustración, de realizar el esfuerzo necesario que supone aplazar las recompensas, de empatizar con sus propios compañeros, de respetar las normas, de asumir responsabilidades, de expresar su disconformidad sin recurrir a la violencia. Muchos padres, quizás huyendo de un estilo de liderazgo autoritario se han pasado al otro extremo, al de convertirse en el mejor amigo de sus hijos, adoptando los mismos comportamientos que éstos, contraviniendo las decisiones de otras figuras de autoridad como el profesorado, sin darse cuenta de que estos comportamientos jugaban en su contra. Muchos padres se encuentran, de repente y sin saber muy bien cómo, sin argumentos, sin herramientas para poder educar a esos pequeños tiranos en los que han convertido a sus propios hijos. Y muchos profesores se sienten perdidos, desprotegidos, desmotivados ante esta realidad, sin saber muy bien qué hacer o cómo.
Está claro que si no hacemos nada, la situación irá empeorando irremediablemente. Por ello, al margen de esperar que se realicen cambios estructurales, se reasignen presupuestos o se implementen nuevas leyes, cada familia, cada centro educativo y cada alumno puede empezar por asumir su propia capacidad para cambiar lo que está en sus manos.
El coaching aplicado al ámbito educativo constituye una fabulosa herramienta para propiciar este cambio. Algunas de las competencias propias del coach como son el establecimiento de una relación de confianza basada en el respeto mutuo, la empatía, la escucha libre de juicios o interpretaciones, la adecuada comunicación, el empleo de preguntas que provoquen procesos de reflexión, son competencias que tanto profesores como padres pueden desarrollar para aplicarlas en el día a día de su labor educativa.
Por otro lado, los procesos individuales de coaching pueden suponer para profesores, padres y alumnos el mecanismo que les haga comenzar ese cambio educativo empezando por ellos mismos:
Tener un mayor autoconocimiento de sí mismos. Cuáles son sus fortalezas, sus modelos de pensamiento, sus comportamientos, sus emociones, cómo se comunican, cómo se relacionan, qué les mueve a actuar de una determinada manera, qué quieren conseguir, para qué…
Flexibilizar el pensamiento. Cómo ven su propia realidad, cuáles son sus filtros, qué otras opciones puede haber, cómo lo ven los que les rodean, cómo esta forma de pensar les está limitando, cómo están valorando lo que tienen, qué les hace sentir esta perspectiva de su situación…
Propiciar el cambio. Qué quieren cambiar y qué quieren reforzar o mantener. Por dónde empezar, cómo organizar sus propios pensamientos, qué les ayuda, qué necesitan, qué quieren empezar a hacer y cómo,…
Pasar a la acción. Asumir la responsabilidad de sus propias decisiones, dar pequeños pasos que les vayan acercando a donde quieren llegar, ser constantes en el esfuerzo, celebrar cada uno de los logros, …
Por último, las 4 Cs, es decir, las cuatro Competencias fundamentales de la educación del siglo XXI (Comunicación, Cooperación, Creatividad y Control emocional) pueden trabajarse con el alumnado de manera extraordinaria a través de la metodología del coaching, así como en la relación familia-institución educativa, de manera que se favorezca el que ambas caminen de la mano hacia su objetivo común: el desarrollo del alumnado.
El coaching, por tanto, no es sólo una herramienta propia del ámbito empresarial para el desarrollo de las capacidades de sus directivos sino una metodología específica que aplicada al ámbito educativo por profesionales con una buena formación y con el rigor y responsabilidad que merece, puede colaborar decisivamente en la mejora educativa.