El inspector comenzaba a desesperarse. Había repasado una y otra vez las declaraciones de los que habían presenciado la escena y ninguna coincidía. Todos aseguraban decir la verdad, pero estaba claro que se trataba de un hatajo de mentirosos. Los relatos no se parecían en nada, como si estuvieran describiendo situaciones completamente diferentes. Siempre ocurría lo mismo. Llegaba el verano y le asignaban a él los casos más enrevesados y laboriosos. ¡Toda una mañana entrevistando testigos y aún no había sacado nada en claro! Hacía calor. El aire acondicionado de la habitación parecía no funcionar, aunque el ruido del motor indicaba lo contrario. Decidió abrir la ventana para ver si entraba algo de fresco, pero una bofetada de aire caliente le hizo volver a cerrarla. El sol apretaba con fuerza, como si quisiera traspasar el cristal. El paseaba por la habitación mientras repasaba mentalmente cada una de las declaraciones. Un recorrido mecánico; de la cama a la puerta, sorteando la mesita donde había dejado su portátil, y de vuelta hacia la cama. Una y otra vez, como si de una fiera enjaulada se tratara. Hacía mucho calor. Y aquellas declaraciones tan diferentes estaban acabando con su paciencia. Tenía que escribir el informe para su superior, redactar algunas conclusiones antes del final de la tarde. ¡Ja! ¡Como si fuera tan fácil! Y esos testigos… ¿pero por qué se empeñaban en no coincidir en la descripción de los hechos? Las cosas son como son, se cuentan y ya está, no hay que darle más vueltas. Cogió una botella de agua del minibar. Al menos el agua sí estaba fresca. Se la bebió casi de un trago, sin dejar de caminar, y unas gotas de sudor comenzaron a recorrer su frente. El sonido estridente del móvil le sacó de sus pensamientos. Un mensaje. Su compañero se reuniría con él en media hora. Había redactado un borrador del informe y quería compartirlo con él antes de que enviara el definitivo a su superior. ¿Que había escrito un borrador? ¡Chorradas! Era imposible sacar alguna conclusión de relatos tan dispares. Su compañero llevaba poco tiempo trabajando con él pero ya lo tenía calado: un trepa. Sí, servicial y positivo le habían dicho. ¡Un trepa! Siempre haciendo trabajo extra y poniendo esos estúpidos monigotes de caritas felices al final de sus mensajes de móvil. ¿Qué tenía de feliz estar atascado en una absurda recopilación de descripciones inconexas? ¡Maldita panda de mentirosos! Parecía que se habían puesto de acuerdo para complicarle el trabajo. Se sentó frente al ordenador y comenzó a repasar de nuevo sus notas. Cinco declaraciones y las cinco diferentes. ¡Absurdo!
Unos golpes en la puerta le devolvieron bruscamente a la realidad. ¿Ya? ¿Habían pasado ya treinta minutos? Se levantó de mala gana y abrió la puerta. Efectivamente, allí estaba Alfonso Fernández, su compañero, el de la eterna sonrisa. Alfonso le saludó con un fuerte apretón de manos y entró en la habitación.
«Me encanta este hotel» – dijo admirando la habitación. «Es cómodo, tiene una decoración agradable y además está muy bien situado.» Mientras hablaba, se acercó a la ventana. «¡Y esta habitación es realmente fabulosa!¡Menudas vistas!»
¿Vistas? ¿La habitación tenía vistas? ¿Había algo bonito detrás de aquella puerta de horno a la que su compañero llamaba ventana? ¿Cómo podía ser que Alfonso tuviera una percepción de las cosas tan diferente a la suya?
Alfonso le extendió unos papeles: «Aquí tienes, el borrador del informe. Echale un vistazo, a ver qué opinas». Los cogió con desgana y se sentó junto a la mesita del ordenador. Lo que leyó le dejó boquiabierto. Era el relato más completo sobre la escena de una investigación que había leído nunca.
«¿De dónde has sacado toda esta información?»- le espetó. «De los testigos, claro» – contestó Alfonso con naturalidad. «Es fantástico que los cinco fueran tan diferentes entre sí. Cada uno ve las situaciones desde su propio punto de vista, fijándose en detalles que a otro le pasarían totalmente desapercibidos. Juntando las cinco declaraciones he podido recrear la escena desde los diferentes puntos de vista, lo que nos proporciona una visión mucho más completa de la realidad. Si sólo hubiéramos contado con un testigo, tendríamos una narración muy sesgada de los hechos. Cada uno ve las cosas de manera diferente y, sobre todo, las vive de manera diferente».
«Comprendo» – contestó el inspector secamente – «Buen trabajo, Alfonso».
Con los papeles aún en la mano, miró pensativo al suelo. Entonces, ¿las cosas no son como son? Como una melodía suave que se oye a lo lejos, recordó aquel refrán que tantas veces había escuchado de niño: «Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.»