La presencia

El paisaje del cielo cambia casi sin darme cuenta. El azul, el blanco radiante y el calor del sol dan paso a los grises, al viento y al sonido de las primeras gotas de agua. Algunos rayos se resisten y se cuelan como hilos de oro entre las franjas oscuras del horizonte. De repente, una cortina de agua lo cubre todo. Las gotas golpean fuerte. El sonido del agua rebotando sobre las hojas y la tierra se asemeja al zumbido de un enorme ejército de abejas en formación de ataque. Y al momento, todo vuelve a cambiar. Los grises dan paso a un despliegue de color. Los azules y los rosas relucen engalanando el cielo. Los árboles se ponen sus trajes del verde más brillante y toda la naturaleza parece respirar profundamente, dejando escapar el intenso olor a tierra mojada y el alegre cantar de los pájaros que revolotean de nuevo tras la tormenta.

A menudo me sorprendo así, observando el cielo y las nubes. No sólo me impresiona la variedad de sus colores y formas; también me ayudan a reflexionar sobre la belleza de cada instante. Me acercan a la práctica de la presencia, a disfrutar de cada momento.

Son los ratos en los que me paro a observar sin pensar, a llenarme de lo que veo, escucho, respiro, siento y casi saboreo. Siempre un paisaje diferente y siempre fascinante. Es entonces cuando los problemas parecen ajustarse tomando la importancia relativa que merecen y los temores del pasado proyectados en situaciones que posiblemente ni se darán comienzan a diluirse. Es cuando el presente toma fuerza y yo tomo fuerzas para encarar el presente, conectándome con mis propias emociones.

Observar las nubes, sin juzgarlas, me ayuda a observar las emociones de la misma manera. Las mías y las de los demás. Me ayuda a recogerlas, sin reaccionar, sin tratar de cambiarlas, tan sólo experimentándolas.

Entre las habilidades de un coach está la de ser capaz de mantener este mismo nivel de presencia durante el proceso de coaching, estando atento a lo que escucha, ve y percibe de la conversación del coachee. Atento a las palabras, al tono y a la velocidad empleadas, a los gestos, las expresiones y las posturas, a los silencios, al ritmo de la respiración, a los suspiros, a las emociones. Una presencia libre de intenciones o de interpretaciones. Una presencia desde la que surgen esas preguntas que verdaderamente conectan con el coachee, las que provocan ese «click» que hace que de repente todo cobre sentido. Un nivel de presencia difícil de alcanzar y que a mí me gusta practicar con las nubes.

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