Las decisiones de Chus

En una pequeña aldea junto al bosque vivía Chus, uno de los duendes más gruñones de la región. Su casa lindaba con la de un tímido duende del que nadie conocía su nombre. Más que un duende éste parecía ser la sombra del mismo, ya que apenas se dejaba ver ni sentir.

Sin embargo a Chus se le oía desde todos los rincones de la aldea. A menudo maldecía enrabietado o pateaba con fuerza las piedras que encontraba en el camino, mientras el tímido duende le observaba desde la ventana de su casa, sin atreverse a salir.

Una tarde, Chus salió de su casa con paso ligero. Parecía llevar prisa. Pero al llegar a la valla que delimitaba su jardín se paró en seco y, dando un fuerte zapatazo contra el suelo, dejó escapar un grito aterrador. Su vecino, que en ese momento se encontraba pintando la valla de su propio jardín, se sobresaltó de tal manera que a punto estuvo de desparramar toda la pintura por el césped. Miró a Chus. Tenía la cara congestionada por el enfado.

– ¿Te encuentras bien? – atinó a balbucear el tímido duende con un hilillo de voz.

– ¡No! – bufó Chus – ¿Cómo voy a estar bien? ¡Acabo de recordar que tengo que regar el jardín y ahora llegaré tarde a la convención de duendes deportistas!

– ¿Tienes? ¿No querrás decir que lo eliges? – le contestó el duende con voz suave.

– ¿Que lo elijo? ¿Que lo elijo, dices? ¿Cómo lo voy a elegir? ¡Tengo que regar el jardín o se secará! – le contestó Chus a punto de estallar.

– Entonces para ti son importantes tus plantas. Eliges regarlas para que no mueran, aunque eso te suponga llegar tarde a la convención. Así es la vida, una continua elección. – sentenció el duende.

Chus no contestó. Agarró la manguera con desgana y comenzó a regar el jardín, maldiciendo su mala suerte. Al terminar, salió corriendo hacia la convención, con la esperanza de no llegar demasiado tarde.

Esa noche Chus no conseguía dormir. En su cabeza seguían resonando las palabras de su tímido vecino. ¿Se trataría realmente de una elección y no de una obligación o una carga?

Tuvo un sueño extraño. Iba corriendo por un camino pedregoso cuando, de repente, se encontró ante una bifurcación. Entonces se despertó.

Como cada mañana, desayunó con prisa y se preparó para ir a trabajar. Al salir, se encontró con su apocado vecino.

– Me voy a trabajar. ¡Eso no es una elección! Preferiría quedarme en casa leyendo un buen libro. – le increpó sin siquiera darle los buenos días.

– ¿Para qué trabajas? – le contestó el duende.

– ¿Cómo? – se sorprendió Chus. – Pues, para…para…

De repente se dio cuenta de que, a pesar de que no le gustaba madrugar y que algunas veces el trabajo le daba quebraderos de cabeza, lo cierto era que le gustaba salir y encontrarse con sus compañeros de trabajo, relacionarse con otros duendes con sus mismos intereses, sentirse valorado por sus aportaciones y, claro estaba, recibir su nómina a final de mes con la que poder comprarse esos libros que tanto le gustaba leer en su tiempo libre.

– Son decisiones que vamos tomando en nuestra vida – se oyó decir débilmente al duende mientras Chus se alejaba caminando, absorto en sus pensamientos.

Esa noche, Chus volvió a tener el mismo sueño. Sin embargo, esta vez, el camino se convertía en un cruce. Al llegar al mismo, se despertó.

Se incorporó y se enfundó sus zapatillas de lana. Sin saber muy bien por qué, las miró fijamente por unos instantes.

– Compré estas zapatillas porque me gusta su tacto. Las elegí de entre todas las que había. Son suaves y calentitas. – pensó Chus.

Mientras desayunaba reflexionó sobre las decisiones, simples pero decisiones al fin y al cabo, que estaba tomando al elegir el café en lugar del chocolate caliente o las tostadas en vez de un trozo de pastel. Realmente – se dijo – durante el día tomaba muchas decisiones sin apenas darse cuenta.

Al salir al jardín tropezó con el periódico que, como cada día, le había arrojado un joven repartidor desde su bicicleta. Frunció el ceño y, de mala gana, lo tiró al cubo de la basura sin haberlo abierto siquiera.

– ¿No lo vas a leer?

La voz salía desde una de las ventanas de la casa contigua. ¡Este maldito duende metomentodo! ¡No lo había visto en años y ahora parecía estar siempre dispuesto a dar su opinión!

– ¡No, duende como te llames, no tengo tiempo! – le gritó Chus malhumorado.

– Oh – contestó el duende – claro que tienes tiempo. Simplemente eliges emplearlo en alguna otra cosa que en este momento te parece más urgente o importante.

Chus estaba empezando a perder la paciencia. Este duende insolente le sacaba de quicio. Se dirigió a su casa, dispuesto a poner fin a estas conversaciones de vecinos, y aporreó su puerta con fuerza.

La puerta se entreabrió suavemente y una tímida cabeza asomó despacio. Chus abrió la boca, preparado para soltar toda clase de improperios, cuando el duende dejó escapar una nueva pregunta.

– ¿Para qué andas siempre tan malhumorado?

Chus se quedó estupefacto.

– ¿Qué beneficio tiene para ti? – continuó el duende.

– ¡Pero qué dices, duende necio! – contestó Chus – ¿Te crees que yo elijo mi malhumor? ¡Eres tú el que me lo provocas con tus constantes preguntas!

– Todos podemos elegir nuestra actitud ante la vida – declaró el duende – También nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras palabras. Elegimos cómo comportarnos, con los demás y con nosotros mismos. Somos libres para elegir qué nos afecta y cómo. En realidad, todo son nuestras decisiones, aunque a veces no nos damos cuenta de ello.

Chus se quedó pensativo y, sin decir palabra, dio media vuelta y se dirigió hacia su casa. Al cruzar la calle, un grupo de pequeños duendes pasó por su lado correteando y riendo. Un motivo más que suficiente para llamarles al orden con un bufido. Sin embargo, esta vez no les dijo nada.

– Elijo que esta algarabía no me haga refunfuñar – se dijo a sí mismo. Y miró cómo los duendecillos se alejaban jugando por el camino. Hasta entonces no se había dado cuenta de ello, pero ese camino se parecía mucho al de sus últimos sueños. Pero éste se dividía a lo lejos no en una bifurcación o en un cruce sino en múltiples senderos.

Una sonrisa se dibujó en su cara. ¡Decisiones! – pensó – Y continuó hacia su casa, preparado para disfrutar de un fantástico día.

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