Más allá del sueldo

Las personas trabajamos a cambio de un sueldo que nos permita cubrir nuestras necesidades. Sin embargo, una vez cubiertas estas necesidades básicas (que para cada uno son diferentes), entran en juego otra serie de aspectos que son los que nos hacen optar por uno u otro trabajo, por una u otra empresa, e incluso por uno u otro sector.

Parece claro que la felicidad completa en el trabajo es una utopía. Siempre existirán tareas, situaciones o relaciones personales que no nos satisfagan. Por otro lado, la infelicidad completa en el trabajo tampoco es realista porque siempre existirá algo positivo en esa labor, aunque tan sólo sea (¿tan sólo?) la retribución económica.

Dedicamos gran parte de nuestro tiempo y de nuestra energía al ámbito laboral, por lo que deberíamos cuidar de que esta relación entre los aspectos positivos y negativos del mismo se inclinara del lado de los que nos proporcionan una mayor felicidad.

Creo que no me equivoco si digo que todos, a lo largo de nuestra vida, nos involucramos en tareas a las que dedicamos una gran cantidad de energía y por las que, sin embargo, no recibimos compensación económica. Es más, a veces incluso aportamos recursos monetarios a las mismas. ¿Qué nos hace, por ejemplo, dedicar tiempo y esfuerzo al cuidado de otros, a colaborar con alguna ONG, a participar activamente en alguna asociación (de padres, de vecinos, deportiva,…), o a realizar nuestras aficiones? ¿Qué tipo de compensación recibimos, más importante que la económica?

Últimamente se oye mucho hablar, especialmente en las grandes empresas, de conseguir «empleados felices». Está claro que si se lograra un nivel de satisfacción en los empleados similar a la que ellos obtienen en esas otras actividades que realizan fuera del ámbito laboral, el rendimiento sería mucho mayor y por tanto, influiría en la rentabilidad de la compañía. Bueno para los trabajadores y bueno para la empresa. El problema no está en el qué, sino en el cómo.

Hace unos meses, en unas jornadas sobre este tema para responsables de recursos humanos, escuché a un directivo decir: «A mí que me den mi sueldo, que ya lo emplearé en ser feliz fuera del trabajo». Parece que el tema de la felicidad en el ámbito laboral se ha intentado introducir como un calzador, tratando de «obligar» a los empleados a ser felices de alguna manera. «Necesitamos personas comprometidas con su trabajo» dicen desde las altas esferas. Pero, ¿se trata de exigir el compromiso o de hacer que las personas realmente quieran estar involucradas en lo que hacen?

Por otro lado, conozco también casos de directivos que en un momento determinado de su carrera decidieron abandonar una organización (a pesar del sustancioso sueldo) precisamente porque esa relación de felicidad había comenzado a ser negativa. Decisiones muy meditadas, difíciles de tomar.

¿Qué es lo que se valora, entonces, más allá del sueldo? Pues sin duda, todo aquello que constituye el salario emocional del trabajador. Las personas necesitamos sentirnos valoradas, apreciadas, respetadas, necesitamos darle un sentido a nuestro trabajo más allá de la propia tarea en sí.

Sé de personas, por ejemplo, que después de una jornada de intenso trabajo acuden a un club deportivo para entrenar a un equipo de chavales. No por el sueldo económico precisamente sino por el salario emocional. Y no es que en ese centro deportivo todo sea color de rosa, pero los inevitables momentos difíciles, las diferencias de opinión o las situaciones desagradables están en una relación muy inferior respecto a las satisfacciones que estos entrenadores perciben.

Cada persona es diferente y, por tanto, cada uno tendrá su propio baremo para medir su salario emocional. Lo mismo ocurre con el salario económico, lo que para unos es un sueldo elevado para otros resulta insuficiente.

En cualquier caso, existen algunos comportamientos clave que favorecen el saldo positivo de este salario emocional:

Ponernos en el lugar de los demás para tratar de comprender su punto de vista.
Agradecer y valorar el trabajo bien hecho.
Reconocer los logros.
Tratar siempre con respeto.
Vincular la ejecución de las tareas individuales con un objetivo global.
Favorecer la comunicación y las buenas relaciones personales.
Fomentar la cooperación.

Estos, entre otros, son los aspectos que deberían tener en cuenta todas aquellas personas con equipos a su cargo. Y no sólo ellos; también todas aquellas personas se relacionen laboralmente con otros compañeros. Es decir, todos.

Todos contribuimos con nuestros comportamientos al salario emocional de los que nos rodean e incluso al nuestro propio. Pequeños gestos suponen una gran diferencia.

Habrá quien me diga que las aficiones, las actividades extra-laborales, se eligen. ¿Está ahí la diferencia? ¿Se tratará entonces no de exigir compromiso a nuestros trabajadores sino de hacer que nos elijan como empresa?

Al final, las empresas no son más (ni menos) que las personas que las componen. ¿Cómo estamos contribuyendo cada uno de nosotros a mejorar el salario emocional de los que nos rodean?

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