El ladrón de padres

Alejandro solía pasar horas y horas pensando, absorto en su propio mundo. Le gustaba inventar historias y escribirlas. Disfrutaba observando a los demás e imaginando aventuras que luego convertía en relatos.

Las ideas solían saltar en su cabeza de una a otra, provocando extrañas asociaciones. Esa era la parte más divertida de su entretenimiento, pensar.

Aquel día iba paseando por un parque cercano a su casa, cuando notó especialmente el olor de su entorno. Había llovido y la humedad impregnaba el ambiente, acentuando el aroma de cada una de las plantas. Ese olor le transportó inmediatamente a su infancia, a aquellas tardes de domingo en el campo, con su familia, y a los regresos en coche, cantando canciones con sus hermanos, mientras se oía de fondo la retransmisión de algún partido de fútbol en la radio.

Pasó junto a uno de esos recintos infantiles con columpios, toboganes y una de esas estructuras metálicas para trepar por ellas. No había ningún niño jugando; tan sólo unas palomas se arremolinaban cerca de un tobogán, buscando algún resto de comida. Alejandro continuó su paseo.

De repente se paró en seco y volvió la vista atrás. ¡No había ningún niño jugando! Miró a su alrededor: una mujer paseaba con su perro, varios jóvenes corrían por el camino junto a la valla, a lo lejos una pareja de novios caminaba cogida de la mano, dos chicas pasaron rápido con sus bicis, un anciano leía el periódico sentado en un banco,…Todo parecía estar en orden pero… ¡no había ningún niño jugando!

Con cierta inquietud salió del parque y comenzó a observar atentamente su alrededor en busca de respuestas.

Pasó junto a una cafetería. Dos madres hablaban animadamente. Junto a ellas, sus hijos permanecían callados, absortos en sus maquinitas electrónicas, en su mundo virtual. Por la calle, un padre cruzó caminando a paso rápido mientras hablaba por teléfono. Por el tono, parecía una conversación de trabajo. A su lado, su hijo caminaba en silencio, tratando de acompañar sus pasos.

Alejandro pasó junto a una academia. Algunos padres esperaban ansiosos en la acera la salida de los niños. Otros, desde sus coches aparcados en doble fila, aprovechaban para revisar sus perfiles en las redes o enviar algún mensaje desde sus móviles.

Estas imágenes se fueron agolpando en la cabeza de Alejandro. Al llegar a casa, se tumbó sobre la cama, cerró los ojos y comenzó a repasarlas mentalmente. Un escalofrío recorrió su espalda. Veía nítidamente cada una de las escenas y en todas ellas percibía una sombra, como si de un personaje siniestro se tratara. Un rastro borroso y oscuro en la claridad de la imagen.

Como no podía ser de otra manera, esta experiencia activó inmediatamente el mecanismo de asociaciones de Alejandro. Muchas imágenes similares se fueron sucediendo una tras otra en su cerebro. Y en todas aparecía la sombra de ese misterioso personaje.

Buscó los puntos en común de las distintas estampas y eso le llevó a pensar en los avances que se habían producido en los últimos años. La electrónica, los juegos virtuales, las redes sociales, internet,…todo esto formaba parte ya de nuestras vidas, como si de un miembro más de nuestra familia se tratara. Nos habíamos acostumbrado a comer mientras contestábamos mensajes con el móvil, a ver la tele comentando el programa a través de las redes sociales, a mandar besos virtuales,… Era fantástico sentirse tan cerca de todos aquellos que estaban lejos, pero a la vez nos había alejado enormemente de los que estaban cerca.

Ese oscuro individuo, la mancha que aparecía en cada imagen, se había extendido como una sombra, robándoles los padres a sus hijos. Los padres habían descubierto lo maravilloso que era disfrutar de los momentos de silencio que se producían mientras sus niños jugaban con alguno de esos aparatos electrónicos. Ahora podían ver la tele, comer tranquilamente, o consultar sus mensajes pendientes sin tener que escuchar ningún alboroto. Es cierto que a veces echaban de menos hablar con ellos pero claro, si los niños estaban jugando era difícil sacarles del ordenador para que les contaran cómo había ido el día. Se contentaban con un vago «Muy bien» y les dejaban seguir jugando.

Algo extraño estaba sucediendo. Era como si ese ladrón de padres se hubiera apoderado de la ciudad. Las familias ya no comían juntas, conversando sobre sus experiencias en el día. Ya no veían películas juntas, comentándolas y riéndose. Ya no compartían tiempo de juego o aficiones. Era como si los padres ya no estuvieran allí. O, más bien, como si se hubieran tomado vacaciones.

Alejandro imaginó a todos los padres del mundo de vacaciones, mientras sus hijos continuaban su vida conectados a una red virtual.

Las vacaciones están bien, pensó. Pero si son muy largas puede que cuando regreses no encuentres las cosas tal como estaban.

Imaginó a uno de los niños escribiendo una postal virtual en la que se podía leer: «Volved pronto. Os echo de menos.» Esa postal viajaría por las redes, sería compartida y retuiteada, transformada en imágenes, enviada por email,…y después de ser traducida a varios idiomas y viajar por medio mundo puede, solo puede, que llegara a la bandeja de entrada de sus padres. Y puede, solo puede, que al leerla decidieran desconectarse por un momento de sus vacaciones virtuales y regresar de nuevo a su vida real, a disfrutar de los que están cerca antes de que se alejen demasiado.

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