La obra de Navidad

Se acercaba la Navidad y con ella, el momento de la representación teatral en el colegio. Los ensayos habían ido bien y Gonzalo, el profesor de arte, había conseguido involucrar a toda la clase en los preparativos de la obra. Los chicos estaban contentos. Entre todos habían construido el decorado, elegido la música, las luces, habían diseñado el Programa, el vestuario, y se habían aprendido los distintos papeles. Gonzalo quería transmitirles la importancia de cada uno de los roles en la preparación de la función. Todos tenían un papel relevante e imprescindible para el buen desarrollo de la obra.

El día del ensayo general Gonzalo reunió a todos los chicos y les dijo: «Estoy muy contento con vuestro trabajo. Lo importante no es que la obra salga perfecta de cara al público sino que cada uno de vosotros habéis desarrollado una labor importante, habéis descubierto nuevas habilidades y habéis crecido como personas y como equipo. Para mí, pase lo que pase mañana, la obra ya es perfecta.»

Los chicos, sentados en círculo sobre el suelo del escenario, le miraban atentos. Sus caras sonreían relucientes de satisfacción y orgullo.

Esa tarde, al salir del colegio camino a su casa, Gonzalo se cruzó con el director del colegio. «Mañana iré a ver tu obra, Gonzalo» – le dijo – «Sé que será fantástica.» «Es una obra sin importancia» – contestó Gonzalo – «Tan solo una representación navideña más, como cada año.»

Por fin llegó el gran día. Los chicos se apelotonaban nerviosos, emocionados, en la puerta del salón de actos, esperando que llegara Gonzalo para las últimas instrucciones antes de la puesta en escena.

El profesor llegó y les reunió en una sala tras el escenario. Se dirigió a ellos con aire solemne: «Como os dije, habéis hecho un buen trabajo. No quisiera que os lo tomarais a mal pero finalmente he decidido comprar el vestuario y el decorado, he traído a un especialista en luces y sonido y la obra será representada por los chicos que pertenecen al club de teatro, que ya han representado esta misma obra en otras ocasiones. ¡La obra será un éxito! Gracias a todos por vuestra colaboración».

Los chicos no podían creer lo que estaban escuchando. Su sonrisa inicial se transformó en una mueca contenida de rabia y frustración. Cabizbajos, abandonaron el salón de actos. Se sentían traicionados. Nunca más volverían a confiar en Gonzalo. ¿Dónde habían ido a parar sus palabras del día anterior? ¡Lo importante era que la obra saliera perfecta! ¡Siempre había sido así! ¿Para qué había querido engañarles?

Historias similares a ésta se repiten a menudo también en otros contextos educativos, como el de los entrenadores deportivos antes de partidos trascendentes (o no) de categorías inferiores. Posiblemente ellos no son conscientes del daño que hacen a sus jugadores con estas incoherencias entre lo que dicen y lo que hacen. Y seguramente actúen desde el convencimiento de que están haciendo lo mejor para el equipo. No podemos dudar de su buena intención. Sin embargo, esto no puede servir de excusa. Cuando trabajamos con un equipo, especialmente si éste está formado por jóvenes, transmitir mensajes que son incoherentes con nuestros actos provoca irremediablemente una sensación de frustración y desconfianza hacia la persona de referencia, ya sea el profesor, el entrenador o el director de un equipo de trabajo. Cuidar lo que decimos, cómo lo decimos y qué hacemos a continuación es esencial para construir una buena relación de confianza y cercanía con el equipo, basada en el respeto mutuo.

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