El regalo de Reyes

¡Por fin había llegado el gran día! Se había acostado temprano esa noche pero los nervios apenas le habían dejado dormir. Las horas del reloj despertador de su mesilla de noche habían pasado despacio, muy despacio. Pero al fin habían marcado las siete. ¡Hora de levantarse!

Hacía frío. Se puso un jersey de lana sobre el pijama, se calzó los calcetines gordos (no le gustaba llevar zapatillas) y bajó las escaleras con la ilusión iluminando su cara. Su gata, Canela, se enredó entre sus piernas y estuvo a punto de hacerla caer. Las dos estaban nerviosas, expectantes ante la visita de Sus Majestades.

Las persianas del salón estaban levantadas y una tenue luz inundaba la estancia. En el suelo sus zapatos, los que la noche anterior había dejado junto a un plato con agua, leche y algunas galletas por si los Reyes Magos o sus camellos necesitaban reponer fuerzas. No estaba segura de si habrían sido los camellos o Canela, pero en el plato parecía haberse librado una dura batalla y tan sólo quedaban ya algunas migajas y restos de leche.

Y allí estaba, junto a sus zapatos, un precioso paquete adornado con una cinta roja. Lo cogió y se sentó en su butaca preferida dispuesta a descubrir su contenido. Canela se acurrucó a sus pies. Lo abrió despacio, como a ella le gustaba, deshaciendo con cuidado el nudo de la cinta y quitando el envoltorio sin romperlo.

Una amplia sonrisa se dibujó en su cara. ¡Un libro! Sin duda era el mejor regalo. Le esperaban un montón de aventuras, historias para reír o llorar, para soñar…

Sin poder esperar más, comenzó a leerlo. Era la historia de una mujer joven que vivía con su gata en una gran ciudad, rodeada de gente a la que no conocía. Una vida gris y monótona que terminaba… ¡qué raro! ¡Las últimas páginas del libro estaban borrosas! ¡Imposibles de leer! Cerró el libro y se levantó bastante contrariada. La verdad es que no le parecía un libro demasiado interesante pero que encima no se pudiera terminar de leer le sacaba de quicio. Enviaría una carta a los Reyes Magos pidiéndoles que se lo cambiaran por uno legible, aunque quizás tendría que esperar un año entero para recibirlo. ¡Qué fastidio!

Había salido el sol y, aunque el día estaba fresco, decidió dar un paseo para despejar su mal humor. Estuvo caminando por la calle, sin rumbo fijo, hasta que llegó a un parque. No había demasiada gente. Tan sólo algunos niños estrenando sus nuevas bicicletas o patines y varios corredores con camisetas de colores llamativos, haciendo gala de sus nuevas zapatillas.

De repente, uno de esos corredores se paró junto a ella y le saludó muy efusivamente. Se trataba de un antiguo compañero del colegio al que hacía años que no veía. Al principio incluso le costó reconocerlo. Ella, según le aseguró él, estaba igual que entonces. Un halago de ese tipo siempre viene bien para romper el hielo, así es que el saludo inicial se convirtió en una larga conversación. Recordaron los años de colegio, las pandillas, los buenos momentos, hablaron de cómo habían ido perdiendo el contacto con los compañeros, de su vida actual, de sus trabajos, y hablaron, cómo no, de deporte. Fue una conversación realmente agradable. El le comentó que solía ir a correr todas las tardes a ese mismo parque con un grupo de amigos y acordaron verse al día siguiente para presentárselos y hacer un poco de ejercicio. Ella no estaba muy segura pero pensó que hacer algún cambio en su vida le vendría bien y que quizás era una buena oportunidad de conocer a nuevas personas y entablar nuevas amistades, e incluso de ponerse en forma.

Llegó a casa muy contenta. Canela la recibió inquieta. Actuaba de una manera un tanto extraña, maullaba y levantaba una de sus patitas como si quisiera que la siguiera hacia algún sitio.

– ¿Qué pasa, Canela?

Canela la miró y corrió hacia el salón. Una vez allí se sentó junto al libro que habían traído los Reyes Magos esa noche y llamó a su dueña con suaves maullidos. Ella se acercó y la acarició con cariño. Ya no estaba tan enfadada por el libro defectuoso. Lo cogió y volvió a hojearlo sin ningún interés especial.

Pero…¿cómo? ¡Las palabras del libro habían cambiado! ¡No era la misma historia que había leído esa mañana! Bueno…sí, el inicio era el mismo pero…¡algo había cambiado! Se había añadido un nuevo capítulo sobre una extraña conversación en un parque de la que surgiría…¡las páginas volvían a hacerse borrosas! ¡Oh, no! ¡Ahora que se estaba poniendo interesante!

Cerró el libro con cuidado y lo abrazó sobre su pecho. Aún quedaban muchas páginas por escribir – pensó. Ahora se daba cuenta de que cualquier pequeño paso podía ser el comienzo de un nuevo camino. No todo dependía de ella, claro, pero sus decisiones contribuían al relato de su propia historia.

Sin duda ese era el mejor regalo que nunca podrían haberle traído los Reyes de Oriente, el libro de una historia aún por escribir.

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