Me esfuerzo, pero no tengo suerte

Habían estado trabajando duro durante toda la semana y hoy, en el partido, habían salido con ganas, poniendo todo su empeño en hacer las cosas bien. Cada uno de ellos estaba centrado en hacer correctamente lo que dependía de sí mismo, realizando adecuadamente las diferentes jugadas tácticas ensayadas y ejecutando con la mayor precisión posible los movimientos técnicos. Pero al final del partido, sus caras lo reflejaban todo. El resultado no había sido el esperado.

Cuando los resultados no acompañan…¿se pierde la fe?

No sé por qué cuesta tanto hacer ver que centrándonos en lo que depende de nosotros mismos tenemos muchas más posibilidades de alcanzar los objetivos propuestos, siempre que estos estén bien definidos y sean realistas, claro. Poner nuestra atención en hacer bien aquello que sabemos hacer, lo que hemos entrenado, lo que depende de nosotros, nos hace sentir un mayor control de la situación y, por tanto, una mayor confianza en nosotros mismos. Esto repercute, a su vez, en una mejor ejecución.

Hay situaciones, como los partidos de fútbol, en las que muchos aspectos se escapan de nuestro control. ¿Quiere decir esto que dependen absolutamente del azar? Ni mucho menos.

Al finalizar el partido, las palabras reflejaban mensajes de ánimo: «Hemos hecho las cosas bien, hemos trabajado duro». Pero las caras reflejaban frustración y desánimo. ¿Estaba calando el mensaje?

-¿Qué ha pasado? – pregunté.
– El otro equipo ha tenido suerte.
– ¿Suerte?
– Sí, con poco esfuerzo han tenido más acierto. Nosotros hemos tenido muchas oportunidades de gol pero poco acierto.

Al final parece que la «suerte» también depende en parte de nosotros. Tener acierto en el tiro a puerta depende en gran parte de nosotros. ¿O no?

Como decía Thomas Jefferson, «cuanto más trabajo, más suerte tengo».

Es completamente lógico sentirse abatido tras un resultado adverso, pero el análisis de lo sucedido debería ir un poco más allá de la influencia de la suerte o de la «injusticia» de este tipo de deporte.

– ¿Qué hemos hecho bien?
– ¿Qué más podríamos haber hecho que no hicimos?
– ¿Qué podemos aprender de lo que hicieron bien los otros?
– ¿Qué queremos seguir mejorando?
– ¿Cuánto estamos dispuestos a invertir para mejorarlo?

Estas preguntas vuelven a centrar el foco en lo verdaderamente importante, en lo que depende de nosotros. Cada resultado adverso nos proporciona una gran oportunidad de aprendizaje y de mejora. Si se desaprovecha, si volvemos a pensar que el azar es quien decide, habremos retrocedido enormemente en nuestro camino hacia la meta.

Es precisamente en estos momentos en los que se debe hacer un mayor hincapié en reforzar todos aquellos comportamientos que se han realizado adecuadamente, de manera que cada uno de los jugadores mantenga su confianza en el camino escogido, el del trabajo diario y la mejora continua, tanto individual como del equipo en su conjunto. Sin olvidar, claro está, hacer los ajustes necesarios que contribuyan positivamente a esta mejora.

¿Y qué ocurre con todo aquello que no depende de nosotros? No podemos eliminarlo pero al menos, podemos preverlo. Las situaciones que hemos vivido nos pueden ayudar a prever situaciones similares que se puedan producir en el futuro y, de esta manera, estar preparados para afrontarlas. Al tener previsto el «plan B», eliminamos incertidumbre y, de esta manera, también aportamos confianza al equipo.

El azar, la «suerte», podrá deambular por allí pero estoy convencida de que, si controlamos todos los demás factores que dependen de nosotros mismos y tenemos previstos los que no, muy probablemente «los dioses se pondrán de nuestra parte».

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies