¿Qué está ocurriendo con las cartas?

Los Tres Reyes dieron su habitual repaso nocturno a las montañas de regalos que se iban organizando y clasificando de acuerdo a las cartas recibidas. La actividad de estos días era frenética. Hacía ya años que habían delegado muchas funciones en sus pajes. Las cartas recibidas eran distribuidas a los diferentes departamentos en función de su procedencia geográfica, donde un equipo de pajes se encargaba de leer cada una de ellas y de modificarlas, tachando algún regalo de la lista, sustituyéndolo por carbón, o añadiendo algún regalo extra en algunos casos excepcionales. Así las cartas se convertían en pedidos que pasaban directamente al departamento de logística, donde otros pajes se encargaban de hacer el picking y asignarle un camello para su envío posterior en la Gran Noche.

Melchor se detuvo frente a un enorme gráfico que colgaba de la pared del departamento de control. En él se veían los porcentajes de cartas modificadas al alza, es decir, de cartas a las que se habían añadido regalos o se habían mejorado respecto a los solicitados. El gráfico indicaba un crecimiento sorprendente de este porcentaje en los últimos años. Por otro lado, el gráfico de envíos de carbón había ido acercándose poco a poco a sus valores mínimos.

– ¿Qué está ocurriendo con las cartas? – preguntó a uno de los pajes del departamento señalando el gráfico.

– Bueno, Majestad, los pajes queremos lo mejor para los niños, así es que procuramos darles siempre un poquito más de lo que piden. A veces incluso nos anticipamos a sus deseos. Son ya muchos años, Majestad, y sabemos lo que les gusta. En cuanto al carbón…, bueno, normalmente son cosas de niños. No queremos castigarles sino hacer que siempre sean felices.

Melchor apretó los puños con fuerza. Su cara, roja por momentos, parecía a punto de estallar.

– ¿Qué estáis haciendo insensatos? – gritó con una voz profunda que se oyó hasta en el más lejano de los rincones.

Todos los pajes detuvieron inmediatamente su trabajo. Nunca habían visto a Melchor tan enfadado. Gaspar y Baltasar, que ese momento se encontraban revisando el almacén de deportes y libros respectivamente, corrieron a reunirse con Melchor.

– ¡Reunión general junto al oasis! ¡Ahora mismo! – vociferó este último. Y a grandes zancadas dirigió sus pasos al exterior.

Era noche cerrada, pero la luna brillaba redonda entre las palmeras iluminando la explanada. Todos los pajes estaban allí de pie, cabizbajos y algo asustados, aguardando las palabras de Su Majestad. Los Tres Magos murmuraban en corro bajo una palmera. Por sus aspavientos y su tono de voz se notaba que algo serio estaba sucediendo. Al cabo de unos minutos se volvieron hacia la multitud con expresión seria. Melchor alzó su bastón y rozó con él el agua del manantial.

Todos miraron boquiabiertos. El agua se elevó a modo de pantalla y en ella comenzaron a visualizarse imágenes de niños abriendo sus regalos en la mañana de Reyes de los últimos años. Pudieron observar cómo la sonrisa iba desapareciendo poco a poco de sus caras infantiles. Tras la sorpresa inicial de un gran regalo, los niños abandonaban cada vez más rápido sus juguetes. Se cansaban de jugar y nada les parecía suficiente. Los pajes pudieron ver cómo sus regalos extra y sus mejoras en las versiones solicitadas por los niños, lejos de hacerles más felices, estaban matando la ilusión de sus corazones. Los niños se volvían impacientes, exigentes e intransigentes. Si algo de lo que habían escrito en su carta no llegaba, se enfadaban y apartaban con desprecio todo lo recibido.

El agua también reflejó imágenes de la evolución que habían sufrido las cartas en los últimos años. De las iniciales: «Queridos Reyes Magos, este año me he portado bien, aunque alguna vez me he enfadado con mi hermana…» a las más recientes: «¡Hola! Quiero….(y una lista interminable de juguetes)».

Finalmente, los pajes observaron sus propias escenas reflejadas en el agua. Cómo progresivamente habían ido añadiendo regalos a las cartas, incluso a las de aquellos niños que no se habían portado especialmente bien durante el año. ¡Algunos pajes incluso habían derivado cartas al Polo Norte para que Papá Noel les llevara más rápidamente los regalos a los niños que no podían esperar! ¿Y el carbón? Ya apenas se enviaba, a pesar de que algunos niños aún lo pedían en un arrebato de sinceridad.

El agua volvió a su posición natural y el silencio inundó el oasis.

– Hablad entre vosotros – indicó Melchor – ¿Qué habéis visto?

Los pajes se agruparon en pequeños corros y comenzaron a debatir entre ellos.

Al cabo de unos minutos, Melchor volvió a tomar la palabra:

– Decidme, pajes, ¿qué os dice todo esto?

Los portavoces de cada uno de los grupos fueron expresando en voz alta sus conclusiones:

– Creemos que, a pesar de nuestra buena voluntad, no estamos ayudando a los niños. Les estamos ofreciendo regalos que aún ni siquiera han pedido, con lo que les estamos negando la posibilidad de desearlos.

– Les estamos acostumbrando a recibir todo lo que quieren, y así su frustración es mucho mayor cuando algo está fuera de stock y no podemos enviarlo. A veces, los niños cogen grandes rabietas, se enfadan y patalean cuando no reciben lo esperado, a pesar de haber recibido otros muchos regalos.

Melchor fue dándoles la palabra a los pajes para que expresaran sus reflexiones. Cuidó de que todos pudieran opinar y fue resumiendo de cada intervención aquellos aspectos relevantes: «Ajá, por lo que dices, parece que el hecho de enviarles regalos que aún no han pedido está negándoles la posibilidad de desearlos, ¿es así? ¿Qué opináis los demás sobre este aspecto concreto?».

Finalmente, Melchor lanzó su última pregunta: ¿Qué vais a hacer?

Se armó un pequeño revuelo. Claro, esto de reflexionar y sacar conclusiones estaba bien, pero ahora llegaba el momento de la verdad. ¿Qué podían hacer ellos? Debían evaluar las diferentes opciones, sus ventajas e inconvenientes, incluso su viabilidad. Y tomar una decisión. Este era el punto clave. Si querían cambiar las cosas debían ponerse en acción.

Los pajes volvieron a reunirse en pequeños grupos para proponer las diversas opciones. Gaspar y Baltasar se encargaron de supervisar estos grupos, recogiendo las diferentes propuestas y contribuyendo con alguna pregunta extra a una mayor reflexión. Una vez puestas en común y estudiadas, los pajes se decidieron por una de las opciones y entre todos marcaron una serie de pasos para llevarla a cabo.

La reunión se dio por terminada y los pajes volvieron a su quehacer. Ahora, ilusionados con un nuevo plan que realizar.

Los Reyes se sentaron junto al manantial con una taza de café. Empezaba a hacer frío y aún quedaba mucho por hacer. Los tres comentaron sus impresiones sobre lo sucedido aquella noche. Gaspar y Baltasar estaban un poco intranquilos.

– Melchor, ¿crees que el plan que han diseñado funcionará?

– Lo importante, queridos amigos, es que son ellos los que se han dado cuenta de lo que está pasando, los que han decidido que quieren cambiarlo y cómo hacerlo. Han tomado conciencia y se han hecho responsables de sus decisiones. Yo confío en ellos y en sus capacidades. Si este plan no les funciona, sabrán analizar qué ha ocurrido, qué han hecho bien y qué pueden seguir mejorando. Esto no es magia, sino un proceso de aprendizaje y de mejora.

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