Estrés y ansiedad

Hombre trabajando. Estrés.

Carlos acababa de ascender en la empresa. Aún había cosas que no controlaba totalmente y eso le hacía estar más nervioso de lo habitual.

Esa mañana tenía que presentar por primera vez un informe ante el comité de dirección. Se había pasado la semana elaborándolo con mucho cuidado, pero no se sentía tranquilo.

Ahí estaba él, sentado en la sala de reuniones,  junto a otros directores, esperando su turno para exponer. Escuchó su nombre y, de repente, comenzó a sentir cómo se le aceleraba el corazón, las manos comenzaron a sudarle, y notó cómo se le hacía un nudo en la garganta. Pensó que no iba a ser capaz de emitir un solo sonido.

El estrés es una reacción natural del cuerpo ante situaciones potencialmente amenazantes. Hablar en público, una mudanza, un divorcio, problemas económicos o laborales ,… , todas estas son situaciones que suelen provocar estrés, aunque no a todos nos afectan por igual.

El estrés nos prepara para luchar o huir, como si estuviéramos frente a un león en la selva. Por eso el corazón late más fuerte, la respiración se acelera, los músculos se tensan y la atención se concentra. Cuando la situación de peligro desaparece, el cuerpo vuelve a su estado natural.

Hombre trabajando. Estrés

El estrés resulta positivo en muchas ocasiones, ya que nos prepara para hacer mejor nuestro trabajo, nos mantiene alerta y activados. El problema está cuando sometemos nuestro cuerpo a una situación de estrés muy intensa o a muchas situaciones de estrés continuadas en el tiempo. Entonces no permitimos a nuestro cuerpo recuperarse adecuadamente, y podemos sufrir una patología como el estrés post traumático o el agotamiento psicológico derivado del estrés.

Al salir del trabajo, Carlos se dirigió a la cafetería donde había quedado con Marta, su novia. Se sentó junto a la barra y se pidió una cerveza. Tenía muchas ganas de contarle cómo había transcurrido su jornada. Ya se sentía más tranquilo. La exposición había ido bastante bien.

Mientras repasaba mentalmente su día, miró el reloj. Ya pasaban diez minutos de la hora acordada y Marta no aparecía. Impaciente, dirigió su mirada hacia la puerta. A través de los cristales veía la calle, pero tampoco veía aproximarse a Marta. Volvió a mirar el reloj. Y en su cabeza comenzaron a aparecer todo tipo de pensamientos catastróficos: “Igual ha tenido un accidente”, “O quizás es que no quiere venir”, “¿Y si ha conocido a alguien y ya no me quiere?”

Una sensación intensa de miedo se apoderó de él. Cogió su móvil y la llamó, pero Marta no cogía el teléfono. Volvió a notar cómo, al igual que por la mañana, se le aceleraba el corazón. Pero ahora la sensación era diferente. Ahora tenía miedo. Comenzó a respirar rápido, y le dolía el estómago. Estaba muy nervioso. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. “Seguro que ha tenido un accidente grave y ahora está en el hospital…¿y si se muere?…¿y si está en coma?…debería llamar a todos los hospitales de la zona”. “Pero, ¿y si no? ¿y si estoy preocupándome por ella y lo que pasa es que quiere dejarme?…Ahora estará con otro, y yo aquí esperando…ayer estaba un poco rara, seguro que no quiso decírmelo”.

En ese momento, Marta apareció por la puerta del local. Se dirigió sonriente hacia Carlos y le abrazó. “Disculpa el retraso – dijo – no encontraba aparcamiento y encima se me ha gastado la batería del móvil y no podía avisarte”

Algunas personas, ante situaciones de incertidumbre o que no están bajo su control, tienden a anticipar situaciones catastróficas. Imaginan desgracias que posiblemente nunca ocurrirán, sin buscar un pensamiento racional que explique la situación. Se ponen en lo peor, como si así se fueran a proteger del dolor que les produciría el hecho de que sus predicciones se confirmaran. Pero lejos de eso, los pensamientos catastróficos les generan mucho malestar y sufrimiento. En ocasiones llegan a sufrir lo que se denomina ataques de pánico. La ansiedad puede derivar en graves trastornos psicológicos, que llegan a ser muy incapacitantes para las personas que los sufren.

Por ello, no tenemos que esperar a sentirnos realmente mal para acudir a un psicólogo. La mejor manera de cuidar nuestra salud mental es a través de la prevención. Debemos tratar esos primeros síntomas, por ejemplo, de estrés o ansiedad, para que no deriven en una patología.

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